Lisa (cap. 4)

3 0 0
                                    


Había clases que, tan solo, no consideraba que valían mi atención. Metodología de la Investigación era una de esas.

Consideré salir antes de la clase, pero me pareció injusto. Todos mis compañeros parecían interesados por una materia que, realmente, era de relleno. La mayoría estaba en su primer semestre y se notaba: alzaban la mano en clase, transcribían cada palabra que salía de la boca del joven profesor. Y luego estaba yo, que había visto el contenido de esta clase al menos diez veces en cuatro años. En fin, eso me pasa por no planear mis horarios del semestre a tiempo. Y por estar ausente en competencias la mayor parte de mi carrera universitaria.

El profesor hablaba sin parar, acompañado del sonido de las teclas de las laptops a mi alrededor. A diferencia de los demás, yo no sentía necesidad de apuntar nada, ni de aparentarlo siquiera. Me sentí muy fuera de lugar.

A falta de apuntes interesantes que teclear, entré a internet. Algo en mi divagación, desplazando de foto en foto sin nada que cautivara mi atención, me llevó a buscar el usuario @abywester97.

La seguía en redes sociales, aunque le había perdido la pista tiempo atrás. Tenía más seguidores que la población de todos los países de Centroamérica y México juntos. Ninguna de sus publicaciones tenía menos de 10 millones de reacciones.

Sus fotos más recientes: un meme de ella en la gala, cuando perdió el collar de diamantes, haciendo una mueca de ups a una mujer pelirroja, quien la miraba con desaprobación. En una imagen anterior, era recibida por su mamá —quien era una fotocopia suya— después de un concierto, sudada y con el rímel corrido alrededor de su rostro porque, claro, las celebridades también son humanas. La inscripción decía:

Por ser mi constante compañía, el hombro en el que lloro, la mano que me levanta. Por estar conmigo y siguiéndome alrededor del mundo. Por creer en mis sueños y mis locuras, gracias mamá. #bestmom #abywestermexico

No intenté conseguir boletos cuando visitó el país, aunque podría haberlo hecho. Pensé en lo que habría significado para mi yo de doce años asistir. La gente, disfrazada de princesas y príncipes, hadas y bailarinas, recubiertos de diamantina y joyas falsas, gritando a todo pulmón, aplaudiendo cuando ella nos pedía hacerlo, y saltando al tiempo en que Aby lo hacía. Recordé todo lo que su música había significado para mi. La innumerable cantidad de veces que me había tumbado en la cama, sintiendo que por fin alguien sabía lo que era no sentirse aceptada, no sentirse suficiente. Miré alrededor mío, y pensé que nada había cambiado. Seguía estando sola en una habitación llena.

Sentí el pecho vacío. Mis ojos se cerraban con el peso de lágrimas que no permitiría que brotaran.

¿Por qué había dejado de lado las cosas que me apasionaban? ¿Por qué no me había esforzado más en proteger lo que me hacía feliz? Era como si todo después del año anterior se hubiera marchitado, enfermo con tristeza y arrepentimiento. Aunque, a pesar de lo sucedido, no todo podía ser malo, ¿o sí? ¿No podía dejar espacio para algo bueno en mi vida?

El taekwondo no era parte de mi vida, era mi vida. Me costaba aceptarlo. Había hecho un esfuerzo tremendo por separarlo de mi personalidad, de mi esencia, pero era imposible eliminar lo que te ha forjado desde que eras una niña. Tal vez por eso me costaba aceptar que ya no era competidora. Y la música... pues, antes de una pelea, o cuando entrenaba sola en casa, solo escuchaba a un selecto repertorio de cantantes. Los únicos con canciones suficientemente motivadoras para prepararse para una jornada intensa de patadas, golpes y emociones abrumadoras. Entre ellos, Eminem, Queen, Rihanna y, claro está, Aby Wester. Ella, principalmente.

¿No es increíble cómo la mente teje juntas todas tus experiencias de vida, hasta que las muy malas desdeñan a las muy buenas?

-----------------------------------------------------------------------

Los Dos EscenariosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora