『 𝐈𝐈 』

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¡Hola de nuevo! Apareciendo de nuevo para entregarles otro capítulo. Confieso que se siente raro actualizar tan seguido, pero vale la pena cuando veo el apoyo que está teniendo esta obra poco a poco <3. Sin más, los dejo disfrutar a sus anchas, pónganse cómodos que la función va a empezar y esto promete, claro que sí. Ya empezamos a tratar temas un poco más serios, así que recomiendo discreción (?)
¡Nos leemos abajo!

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Sentía que el corazón iba a escapársele del pecho. Cada latido hacía retumbar su cuerpo como si estuviera hecha de cristal.

Después de aquella conversación, y una vez quedó fuera del rango de visión de todos, subió casi que corriendo hacia su habitación y se encerró nuevamente. Con la puerta tras de sí, cedió al fin ante su quebranto entre latidos arrítmicos y respiraciones entrecortadas. Una arcada la sobrepasó y cubrió su boca con la palma de la mano para ganar tiempo en lo que iba a zancadas al baño, lo más rápido posible para no ensuciar con la evidencia de su desesperación el suelo de la pieza.

Vomitó toda la cena mientras escuchaba las escandalosas risas cálidas de su esposo y su cuñado en la planta baja, junto con un constate choque de copas. Aquella celebración a simple vista no tenía nada de malo, después de todo, solo eran dos hermanos regocijándose en un reencuentro después de años sin verse. Sin embargo, a ella le hervía la sangre.

¿Cómo podía Meliodas estar tan tranquilo?

Tantos años en el extranjero al parecer habían hecho desaparecer su ya escasa moral.

Se limpió la comisura de los labios con su puño y tragó su amargura en seco, intentando en vano calmar su ansiedad. Sabía que mientras él estuviera cerca, el nudo en su garganta jamás se iría.

Apoyada en los bordes del inodoro y aun débil, se levantó y descargó toda la inmundicia que había devuelto su estómago. Caminó a pasos pausados hasta el lavabo y dejó correr el agua, concentrándose en el sonido que fluía con la esperanza de recuperar la compostura. Se mojó las manos, titubeante, sintiendo apenas el agua tibia calentado las yemas de sus dedos adormecidos. Levantó la mirada y se encaró a sí misma.

Elizabeth, aquella niña ingenua de diecinueve a la que enterró con desprecio en lo profundo de su memoria; esa a la que jamás dio apropiada sepultura por temor a reconocer su error, estaba allí, del otro lado del espejo, mirándola por encima del hombro.

Negó, una y otra vez, pero era irrefutable: la situación se le estaba yendo de las manos.

¿Así de fácil caía el estoicismo que había perfeccionado desde que se fue?

Giró el grifo hacia el lado del agua fría, llevándolo al límite. Tomó el agua con sus manos y lavó su rostro tantas veces que perdió la cuenta, hasta que sus mejillas comenzaron a entumecerse, heladas, y se volvió una vez más hacia el espejo, pero solo era ella quien le devolvía la mirada.

Perdida, sonrojada por su llanto descontrolado.

Se recogió el cabello en un impulso y agarró la toalla más cercana sin cuidado alguno, llevándola a su boca.

Y gritó.

Gritó hasta que su garganta pareciera desgarrarse, con la seguridad de que la tela y el agua aún fluyendo ahogaran su pánico. Una vez saciada y algo más serena, limpió las lágrimas desordenadas que se esparcían por su rostro; se retiró el vestido sin mucho ánimo a la vez que atravesaba el umbral hacia el cuarto, y lo dejó caer otra vez al suelo sin voltear siquiera a verlo. Caminó hasta la cómoda y rebuscó hasta encontrar la primera prenda medianamente holgada que tenía a su alcance, colocándosela de mala gana.

Illicit Affairs | Melizabeth AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora