A veces —muchas en realidad—, Nobara Kugisaki se preguntaba cómo una mujer tan ambiciosa, encantadora, independiente, para nada ordinaria y virtuosa como lo es ella podía estar destinada a enlazarse con su mejor amigo, que así como era un ser tan resplandeciente, lleno de bonhomía y honestidad, también se pasaba de despistado e ingenuo.
Ese día volvió a cuestionar los límites probablemente inexistentes de idiotez que podía sobrepasar su «compañero de vida» —según el destino, claro—, porque, ¿A quién se le ocurriría, siendo parte de la realeza, desaparecer por toda una noche y querer que nadie creyera que había sido algún tipo de fuga? Estaban perdidos, ambos, porque si la torpe excusa de Yuuji no resultaba creíble y lo castigaban con la muerte, ella prefería entregar su vida protegiéndolo antes de verlo perecer a manos de algún idiota.
Se encontraban detrás de los arbustos, debatiendo si era ya momento de salir para comentarle a los demás la situación y así iniciar el camino de vuelta al castillo.
Después de asegurarse de que el menor estuviese bien, empezó a correr en dirección al grupo de los líderes de Tropas para Búsqueda y Rescate que, a diferencia de sus compañeros de trabajo, no hacían más que hablar idioteces y reírse como los estúpidos que eran. Sólo comunicó el hallazgo del príncipe, no le debía explicaciones a nadie más que al futuro monarca. Así que volvió para buscar a Yuuji; este ya se encontraba en el estado antes acordado, lo cargó en brazos con una cara de completa preocupación y corrió hasta el carruaje. Debían de confiar en sus capacidades de actuación.
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El viaje les resultó excepcionalmente largo. Sólo ellos iban dentro de la carreta, mas la tensión del resto de personas se podía percibir en el ambiente.
De todos modos, Nobara los comprendía. Sukuna Itadori siempre fue conocido por su carácter fuerte y su comportamiento impulsivo, pero desde la muerte de sus padres todo había empeorado; se había vuelto una persona demasiado fría y violenta, a causa de eso, todos en el reino —e incluso habitantes de naciones vecinas— le respetaban por miedo. Sin embargo, ese día se encontraba de un humor mucho peor de lo normal, había dejado de esforzarse por conservar una fachada «aceptable» frente a la familia real del reino Gojo e incluso había amenazado a los líderes de las Tropas de Búsqueda y Rescate con matarlos si no encontraban a su hermano lo más rápido posible. «Después de esto, definitivamente no habrá un compromiso».
La voz del omega apoyado sobre su hombro le sacó de sus pensamientos, aunque no había logrado descifrar las palabras que este le dirigió.
—¿Qué decías? No te escuché.
—Controla tus feromonas, a mí no me resultan un problema, pero los demás seguramente las notaron hace tiempo y podrían levantar sospechas —El tono de voz de Yuuji le hizo saber que él también se encontraba preocupado—. Además, ya estamos cerca del castillo.
Se disculpó y ambos continuaron conversando sobre asuntos triviales mientras avanzaban hacia su destino. Al llegar y bajar del carruaje, tuvo que cargar a su amigo hasta la recámara del rey Satoru, allí sólo encontraron a los hermanos Itadori. La habitación estaba impregnada de feromonas, y fue sólo cuando le ordenaron que dejara a Yuuji en la cama que Nobara se dio cuenta de que había permanecido paralizada en el umbral de la puerta. Lo hizo y Choso corrió a revisar el estado de su hermano.
—Yuuji, ¿estás bien? ¿Te lastimaste? ¿Nadie te hizo daño? —El castaño se encontraba al borde de las lágrimas—. No sabes lo preocupado que me tenías, hermanito.
—¿En dónde estabas, bastardo? —Sukuna interrumpió, con una voz tan amedrentadora que causó escalofríos en todos los presentes—. ¿Qué estuviste haciendo? ¿Por qué hueles tan jodidamente asqueroso?
—Lo siento tanto, en serio, pero me perdí y cuando intenté volver tropecé y... Creo que me torcí el tobillo.
—Nobara, llama al doctor de inmediato —Ordenó Choso.
La alfa salió de la habitación a paso rápido, no sin antes darle una mirada tranquilizadora a Yuuji; la ansiedad del Itadori menor la perseguía, y sabía que cada segundo contaba. Una vez en el pasillo, buscó al médico con determinación.
Mientras tanto, en la recámara, la atmósfera y las feromonas se volvieron más densas. Sukuna, con su mirada penetrante, no apartaba los ojos del omega.
—¿Cómo fue que te perdiste, hermanito?
—No era mi intención... Solo quería despejarme un poco. Estaba abrumado por todo —Yuuji respiró hondo, tratando de calmarse—. No quise preocuparlos.
—¿Preocuparnos? —Volvió a interrumpir Sukuna—. ¿En serio te crees tan importante como para ser capaz de provocarme otros sentimientos que no sean lástima o repulsión hacia ti?
El silencio total fue su única respuesta.
—¿Realmente creíste que podrías escapar, idiota? Y, de nuevo, ¿Qué es ese hedor que está opacando tus feromonas?
—Les juro que no quise escapar, eso nunca entraría en mis planes —Respondió, con la cabeza baja—. Y sobre mi aroma... Creo que mis feromonas se encuentran debilitadas —«Mentira»—, el olor se debe a que un zorrillo me atacó —«Otra mentira».
—¿En dónde pasaste la noche?
Justo en ese momento, la puerta se abrió y Nobara entró, acompañada por el médico, un hombre mayor con una expresión serena que irradiaba confianza.
—Su majestad, príncipes —Saludó el médico, moviéndose rápidamente hacia la cama.
Yuuji intentó sonreír, pero el dolor en su tobillo se lo impedía. El médico examinó la lesión con habilidad, mientras que la castaña se quedó observando, sintiéndose algo fuera de lugar entre la tensión de los hermanos.
—No es una fractura, pero necesitará reposo y unas vendas —Informó el médico, mientras comenzaba a envolver el tobillo de Yuuji con cuidado.
—Está bien, puedes retirarte —Ordenó Choso.
Con la salida del médico, la recámara se sumió en silencio por varios minutos hasta que Sukuna se levantó de su lugar, caminó en dirección a su gemelo, se inclinó para quedar a centímetros de su rostro y dijo:
—Si mis planes se arruinan a causa de tus incidencias, tú serás quien pague cada esfuerzo invertido.
Y salió de la recámara, junto con toda la tensión acumulada.
El resto de su día no fue más que pensamientos sobre la familia Zen'in —ya que esta era bastante cercana a la suya— y el porqué de su actuar para con su primogénito. Además, el hecho de que sólo él era capaz de percibir las feromonas del delta de una manera agradable le había estado carcomiendo por dentro desde el momento en que lo conoció.
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Desde la despedida del chico de cabellos rosados, Megumi se sentía sumamente solitario y —aunque se negaba a aceptarlo— también deprimido. Había permanecido en su cama, que aún mantenía el aroma del omega, casi todo el día, navegando entre sus pensamientos, intentando encontrar una razón «coherente» para su sorpresivo apego hacia su invasor.
«Tanta desconexión con las personas debe haberme afectado» se repetía constantemente; no podía darse el lujo de alimentar ilusiones sobre la posibilidad de reencontrarse con Yuuji, no siendo consciente de la vida que él llevaba. Sabía que su realidad era muy diferente a la que habían compartido, y eso le impedía soñar con una futura amistad.
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Sempiterno | FushiIta
FanfictionSempiterno, algo que durará siempre; que, habiendo tenido principio, no tendrá fin. ---------- «Huyamos. Larguémonos de aquí, Megumi. Quiero pasar el resto de mi vida a tu lado; sólo nosotros dos» Lo de ellos era imposible, una amenaza incluso par...