Un Juicio Injusto

8 0 0
                                    

Tras pasar toda la noche en un calabozo de los juzgados de Tropicubo, el estado de ánimo de los tres Compas era... variable. A nadie le gusta estar encerrado, claro, pero también es verdad que cada persona se toma las cosas a su manera.

Por ejemplo, Mike se entretuvo devorando la comida que el guardia trajo para los tres. Básicamente se trataba de pan duro con unas lonchas de algo parecido al chóped, aunque Trolli no estaba de acuerdo en este detalle.

-Es tan fino y seco que parece papel de periódico. Incluso creo que lleva impresa la noticia de nuestra detención -se quejó Trolli.

-Nam, ñam... No está tan mal -fue la respuesta de Mike. El pan está un poco duro.

-Puedes remojarlo con el agua que nos han puesto en esa jarra -añadió Trolli-. ¡Pan y agua, tío, como en las películas malas! Esto sabe a aguachirri... ¡Yo quiero café y galletas! Además, ¡¿qué hemos hecho?! Yo no me creo eso del vandalismo.

-Al final va a ser lo de la caca en la alfombra del hotel, ya verás-se lamentaba Mike.

-¡Guardia, guardia!

A las voces de Trolli respondía siempre un coro de gruñidos procedentes de los presos de otras celdas.

-¡Cállate ya, pesao! -soltó una voz ronca desde la celda de enfrente. Si llego a saber que ibas a hacer tanto ruido, no me habría saltado aquel semáforo en rojo.

-Ese tipo tiene razón dijo entonces Timba. Vinagrito, no me dejas pegar ojo, no haces más que quejarte.

-¿Pero es que soy el único que se da cuenta de la situación? ¡Que estamos presos sin haber hecho nada!

-Pues entonces seguro que tampoco nos pasa nada. Nada por nada igual a nada.

-Creo que no era así -respondió Trolli, intentando recordar su libro de mates.

-Bah, amigos, todo esto es un error. Y sin duda tendremos un buen abogado: somos los héroes de Tropicubo -zanjó la cuestión Timba, antes de seguir esforzándose, es decir, durmiendo.

-Madre mía, vaya dos colegas que tengo... -se quejó Trolli, mirando cómo caía la noche al otro lado de los barrotes de la ventana.

Como había prometido el sargento, no tuvieron que esperar demasiado para el juicio. En Tropicubo la gente es madrugadora y apenas las luces del alba iluminaron la celda, un guardia malencarado (vamos, más feo que un bloque del Nether) golpeó con su porra los barrotes de la puerta.

-¡En pie! ¡Vamos, arriba, panda de delincuentes! Os espera el juez. ¡Y el fiscal, ja, ja, ja!

-¿Pero de qué se ríe este tío?

-Aquí no hay quien se esfuerce con este jaleo.

-Tengo hambre. ¿Y el desayuno?

-¡Vamos, andando, inútiles! -exclamó el guardia tras

abrir la puerta enrejada.

Los tres Compas, aún medio dormidos y agotados por la mala noche, fueron llevados a través de un pasillo largo y lúgubre. Había incluso telarañas en los rincones y manchas de humedad. Al parecer en el juzgado de Tropicubo no se gastaban mucho dinero en cuidar las partes destinadas a los detenidos.

-Madre mía, qué pocho está todo -comentó Mike-. Huele peor que un perro mojado. O sea, que yo mismo...

-¡A callar! -gritó el guardia. Ya hemos llegado. ¡Adentro!

Al decir esto abrió una gran puerta de madera labrada. Y lo que nuestros amigos vieron al otro lado los dejó de piedra. Claro, tras el pasillo tan deteriorado no esperaban que la sala de juicios fuera tan esplendorosa. Había grandes columnas talladas, un estrado de madera muy bien decorado, asientos de alto respaldo forrados en terciopelo para las autoridades... y tres banquetas bastante incómodas y hechas polvo para los detenidos.

Los Compas Escapan De La PrisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora