El Primer Día En Prisión

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Qué diferente es viajar por mar cuando vas prisionero en lugar de viviendo aventuras. Apretujados en aque Ila pequeña barcaza, los Compas podían ver cómo el olea- je furioso golpeaba el casco del barco policial. En cualquier momento podían irse a pique y quedar a la deriva en aquel cascarón de nuez.

-¡Después de tantos esfuerzos, acabar así! -se lamentaba Trolli.

-Esto ha sido una encerrona -gruñó Mike.

-¡Zzzzzzzz! -roncó Timba.

-Este, a lo suyo. Qué envidia me da.

-¡Silencio los prisioneros! -berreó el agente que manejaba el timón del barco.

La isla de Alcutrez era un gran arrecife rocoso, probablemente de origen volcánico, que emergía de las aguas a varias horas de viaje por mar de Tropicubo. Desde aquel lugar remoto no se veía más que la inmensidad del océano por todas partes. No cabía la menor duda: el que había elegido aquel emplazamiento estaba decidido a que nadie se fugara jamás de allí.

Y la cárcel... Su aspecto era terrorífico, sobre todo a esa hora del día, con la luz del atardecer. Tanto mie- do daba que hasta Timba perdió el sueño por un rato cuando la vio por primera vez, acercándose poco a poco entre el bamboleo de las olas. Más que una cárcel parecía una vieja fortaleza medieval construida en piedra negra. Sus formas se adaptaban a las de la roca que le servía de cimiento: alargada, con una alta torre con almenas en cada extremo, estaba llena de ventanas guarnecidas con gruesos barrotes. Alrededor se extendía una alta alam- brada de púas y muchos carteles de advertencia: <¡Peligro, campo de minas!», «Cuidado con el perro>>, <<Prohibido fugarse. Los infractores serán encarcelados por diez años más». Y otras del mismo estilo.

Para desembarcar había un único punto de acceso, un viejo muelle flanqueado de arrecifes. Las olas golpeaban el barco y lo movían a un lado y a otro. El acceso al muelle era tan estrecho que los Compas creyeron llegada su hora final:

-¡Cuidado, vamos a chocar contra las rocas!

-¡Melocotón!

-¡Mamá!

Sin embargo, el timonel del barco parecía más que acostumbrado a navegar en aquellas aguas, por peligrosas que fueran. Tras algún zarandeo, el cascarón de nuez atracó en el muelle sin ningún incidente, aparte de estar a punto de atropellar a un grupo de sardinas.

La verdad es que llamar <«muelle» a aquello sería un poco excesivo. Era más bien una pasarela de tablones medio podridos sobre la que tanto guardias como presos debían caminar haciendo equilibrios. Para el agente era fácil, pero no para nuestros amigos, que iban esposados. Solo Mike, al caminar a cuatro patas, pudo al menos mantener el equilibrio con más facilidad. Pero Timba, pasmado de miedo por el aspecto amenazador de la cárcel, no se fijaba en dónde ponía los pies.

-¡Cuidado, Timba! le gritó Trolli, que iba detrás, al verle resbalar sobre los tablones.

-¡Que me caigo! -exclamó, aterrado. ¡No me mola nada el parkour!

Bajo él, a varios metros de distancia, las olas furiosas chocaban contra unas rocas afiladas como cuchillas de afeitar. Timba hizo un esfuerzo por mantenerse sobre la pasarela, pero no había manera. ¿Así iban a acabar sus aventuras, de una forma tan miserable?

-¡Adiós, amigos! -gritó-. ¡Este es mi fin!

Trolli, ante la situación desesperada, decidió jugarse el todo por el todo para salvar la vida de su amigo. No pelea uno contra el Titán Oscuro y le vence para acabar hecho puré en un islote perdido. Tomó impulso y se lanzó sobre

Timba como un misil. El impacto fue duro, pero logró su objetivo: Timba, más sorprendido que asustado, salió proyectado hacia la plataforma de piedra situada al otro extremo de la pasarela. Rodó por el suelo y, aunque algo maltrecho, quedó a salvo. Trolli, llevado de su propio impulso, cayó encima de su amigo medio segundo más tarde.

Los Compas Escapan De La PrisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora