Prólogo

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Noche, estrellas y la luna. Oscuridad. Mi habitad natural.

El pequeño pueblo de Witchtown me recibe como siempre, con los brazos abiertos, la falsa calma como su disfraz mortal. Es el lugar donde nací y crié, pero también dónde la dejé a ella.

Sus calles, a las doce de la madrugada se encuentran tan serenas como las recuerdo y los siniestros rincones prestados para los más hábiles asesinatos por criaturas vivientes en la interminable oscuridad, llaman a sus presas dispuestas a caer en las garras del depredador. ¿Quien los podría culpar? Podían llegar a ser muy persuasivos.

Yo mismo lo podría ser.

Los resplandecientes faroles muestran el camino a tomar, dándole rumbo a su dirección y lo sigo. Lo sigo como lo haría un moribundo a su salvación.

Camino lentamente guiado por el olfato en dirección de mi presa. Su exquisito olor es palpable, reconocible, tan auténtico. Mientras más cerca estoy acelero el paso. Me detengo justo delante de la fachada de una gran casa verde. Lo único que logro escuchar en medio de la gran calma de la noche y la sobre exaltación potente en mis oídos, es mi pulso. Acelerado, ante la idea de acercarme al objetivo.

Cojo impulso para saltar hacía la ventana abierta. Al pasar, las cortinas que son de un pulcro color blanco, ondulantes al son del viento, rozan mi rostro como una suave caricia.

Solo me toma tres largos pasos encontrarme delante de la cama y la imagen que proporciona la tenue luz de la lámpara pequeña en forma de luna llena, ubicada en la mesita de noche a la izquierda, es espléndida. Ante mi se presenta su cuerpo extendido sobre las mantas floreadas amarillas.

Los largos mechones negros esparcidos por las grandes almohadas blancas, hacen un contraste único. Su piel acaramelada invita a tocarla, sus hermosas y abundantes pestañas descansando justo sobre sus pómulos elevados.

Está dormida, delante del depredador. Mmm, muy mal.

No debería acercarme, pero de todas formas lo hago, más bien, no debería ni siquiera estar aquí.

No debería tentar así a mi suerte, pero no podía esperar ni un minuto más para verla, para contemplarla como hace años no hacía. Sabía que la necesitaba, tanto como la tierra necesita el sol, tanto como los seres vivos necesitan el agua para sobrevivir porque sí, eso es ella mi propio líquido vital por el cual moriría si se me seguía prohibiendo beber de él. Por eso cuando acerco los nudillos de mi mano izquierda y acaricio su mejilla relajada, gracias al sueño profundo en el que se encuentra, tengo que retener ese impulso primitivo de hacerla mía, de amanecer a su lado a pesar de las claras consecuencias.

Al igual que la dicha se expande por mi cuerpo llenando cada poro, cada célula, cada parte de mí solo con tocarla, solo con ver cómo se inclina sobre mi palma buscando más caricias. También crece el miedo. No sería la primera vez que la puedo perder, tampoco lo sería lastimarla. El peso de las consecuencias de si esto sale mal, no se lo deseo ni a mí peor enemigo.

Ella, ingnorante de todas mis tribulaciones internas, apoya su rostro en mi mano y suspira.

¡Está buscando mi tacto, me busca a mi!, esa gran emoción antes reprimida brota en mi pecho. No sé acordará de mí pero su cuerpo sí. Inconscientemente me busca, necesitando más de mi tacto, de lo que puedo proporcionarle.


Ese pequeño lunar que tiene debajo de la oreja izquierda tienta a mi razón, ya casi inexistente. Me acerco hacía ese lunar que no deja de llamarme y lo beso delicadamente, como quiciera tratarla siempre. Entierro mi rostro entre ese arco perfecto que queda entre la clavícula, cuello y el mentón.

Su fragancia se vuelve más intensa en esa zona, así que lo aspiro llenando mis pulmones con su delicioso aroma a bosque, a lo fresco del aire de la mañana y al buen regusto de un café mañanero. Me recuerda a casa, su aroma me relaja, me hace sentir vivo. ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde la última vez? No lo sé, pero alejarme antes de que la ataque justo como un drogadicto en abstinencia lo haría, es mi prioridad principal en este momento y lo logro sí, pero con una gran fuerza de voluntad. Cuando intento alejar mi mano ella la sujeta fuertemente, gimoteando algo sobre no alejarme-sonrio genuinamente después de tantos años-incluso en sueños sabe que estoy aquí y eso me encanta.

Me acerco a su oído-No te preocupes pequeña, muy pronto nos veremos. Ahora estoy de vuelta y no pienso volver a irme-le prometo y su cuerpo aparentemente se relaja y me suelta.

Antes de que pueda arrepentirme y cometer la estupidez de llevármela a mi casa y encerrarla para que nunca más se atreva a dejarme, por los motivos que sean. Me voy. Volviendo a integrarme con las demás criaturas de la noche en la incesante oscuridad. Reprimiendo mis instintos primitivos y alejándome lo más que puedo de ella.

«No es el momento»- me recuerdo, abatido.


Sin embargo, una creciente sonrisa se forma en mis labios al recordar el pequeño regalo que le dejé, es solo un diminuto recordatorio de que es y siempre a sido mía.



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