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H
oy es treinta y uno de Octubre, día en donde todos esperan que el sol se vaya para que la oscuridad los rodee, teniendo la única iluminación que es las estrellas y la luna. Donde las casas están adornadas de telarañas, sangre falsa, calabazas con cortes extravagantes, unos más creativos que otros, o muñecos que asustan a los niños que se acercan para pedir dulces. Emocionados con los disfraces que sus padres compraron con anticipación, muchos con sus rostros sonrojados y sonrisas que causarán al día siguiente un leve dolor en sus mejillas.
Los que se creían muy grandes para pedir dulces, se quedaban en sus casas viendo maratones de películas de terror, disfrutando con amigos o familia mientras llenaban sus estómagos de comida chatarra. Haciendo piyamas las cuales duraban hasta muy de noche o hasta la madrugada, contando historias que tenían solo un propósito, asustar. Algunos sin cerrar los ojos por el miedo que les causó, pero sabiendo fingir en ese momento de que solo no se dormían porque querían seguir jugando. Haciendo bromas al primero que caía rendido, llenando la habitación de risas, susurros y quejas con toques de diversión.
En cambio en los adultos había tres tipos, clasificándose desde el más aburrido al más divertido. Comenzando con los que se quedaban en sus casas sin hacer nada, teniendo muchas veces en sus puertas un letrero de no molestar o asustando a los niños que tocaban presentándose con un dulce o trato. Estos muchas veces eran los que llamaban a la policía por el ruido en las fiestas, eran esos que no comen pero tampoco dejan comer a otros, más o menos así. Sin embargo, hay que admitir que no todos eran iguales, había adultos que solo dormían ese día por el duro trabajo que les tocó hacer el día anterior. Lamentablemente para muchos los jefes de su trabajo les ponían mayores labores debido al feriado de tres días y nadie les podía juzgar. Ser adulto, independizarte y solo valerse por ti mismo es algo duro, haciendo extrañar a la mayoría su infancia.
Los otros eran esos padres que salían con sus hijos pequeños por la noche, algunos disfrazados para no perder la magia de la noche o más bien la ilusión de su bebé. Eran esos que se emocionaban más que el infante al conseguir los trajes, esos que usaban a sus hijos de maniquí, queriendo tener el mejor de todos, y si tenían dos hijos era mejor ya que de ley tendrían disfraces en conjunto. Amando el brillo en sus ojos al recibir una paleta de sus sabor preferido, estando siempre atentos con los brazos abiertos cuando se sustenten al ver a la otra persona atrás de la puerta, protegiendolos contra su pecho y diciéndole que no hay nada que temer, que era solo máscaras y que debía estar feliz por todos las chucherías que iban a tener al final de la noche en sus canastas en forma de calabaza o sus funditas.
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Harryween [LS] ✓
FanfictionEs Halloween y Harry es un millanorio que ama ese día, entonces ¿Qué es mejor que hacer una fiesta de disfraces en su casa y divertirse con sus amigos? "Tu reto es ir a besar a cualquiera de esta fiesta." Lo que no se esperaba es que un simple reto...