CAPÍTULO 3

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Tengo una mala costumbre, una que se arraigó en mí desde la infancia

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Tengo una mala costumbre, una que se arraigó en mí desde la infancia. Cuando la frustración me consume, me  muerdo el labio inferior, a veces hasta el punto de sangrar. Como ayer.

—Qué calor.— es lo primero que murmuro al despertar. Kirishima está a mi lado derecho, abrazándome con una ternura que contrasta con la fuerza de su agarre. Su cabeza descansa en mi cuello y su brazo rodea mi cintura, como si temiera que desapareciera si me soltara. Kaminari está del otro lado, su cabeza reposa en mi pecho y su pierna está sobre las mías, bloqueando cualquier intento de movimiento. Sero está detrás de Kaminari, su brazo pasa por encima de él hasta llegar a mi mano izquierda. No recuerdo cuándo agarré su mano, pero la estoy apretando fuerte, como si mi vida dependiera de ello.

—Qué calor,— repito, mientras el sudor recorre cada centímetro de mi cuerpo, pero no me molesta. Es un recordatorio de que estoy vivo, de que estoy aquí, en este momento, con ellos.

Tengo que irme》, pienso, mientras quito los cuerpos con cuidado para no despertarlos. Cada movimiento es deliberado, cada respiración es medida. No quiero romper este momento de tranquilidad, este momento de paz. Pero sé que debo irme, que debo enfrentar el día. Y así, con un último vistazo a sus rostros dormidos, me levanto y me preparo para lo que vendrá.

Con cada paso que doy hacia la puerta, siento un nudo en el estómago. No es miedo, no es tristeza, es una mezcla extraña de emociones que no puedo describir. Estoy a punto de alcanzar la libertad, a punto de escapar de este lugar que se siente tan familiar y a la vez tan ajeno.

Justo cuando estoy a punto de cruzar el umbral, una voz me detiene. Es el padre de Kirishima. Su voz es firme, pero no es amenazante. —Bakugo, ¿a dónde crees que vas?.—me pregunta.

Me detengo en seco, mi mano todavía en la manija de la puerta. No me giro para mirarlo. No necesito ver su rostro para saber lo que está pensando. —Teníamos un acuerdo, ¿no? Íbamos a irnos juntos— dice.

Siento un nudo en la garganta.

Así que, con un suspiro, suelto la manija de la puerta y me giro para enfrentarlo. —Tiene razón.— digo finalmente. Y con eso, cierro la puerta detrás de mí, dejando atrás la posibilidad de escapar en silencio .

Durante el trayecto a casa, los nervios se apoderaban de mí, creciendo con cada paso que daba. Mis manos estaban sudorosas, y con un pañuelo trataba de secarlas. Finalmente, llegué a la puerta, tomé la perilla con firmeza y la abrí lentamente.

Agradecí al padre de Kirishima por su hospitalidad y entré. —Ya estoy en casa— anuncié en voz baja. Un silencio sepulcral llenaba la casa, todas las luces estaban apagadas, excepto las de la cocina.

—Estamos en la cocina— respondió la vieja, Me dirigí hacia allí y lo que encontré fue a la a ambos tomando café con mi tío y su esposa.

—Sobrino, qué gusto verte—exclamó mi tío con una sonrisa en su rostro. Asentí en respuesta y tomé el asiento frente a su esposa. —,¿Cómo has estado? ¿Qué tal la escuela?.— preguntó con su actitud siempre alegre y excéntrica. Su esposa, en cambio, era más seria.

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⏰ Última actualización: Jul 23 ⏰

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