En donde mahidevran es una shahzadeh (princesa) de el gran imperio de Persa.El matrimonio de la shahzadeh Mahidevran con el principe Suleiman fue la mejor manera de terminar con la guerra de los otomanos y los persas. En esta historia Mahidevran d...
La mañana siguiente, el ambiente en el palacio era denso, cargado de un silencio que parecía presagiar tormenta. Las columnas de mármol no eran suficiente sostén para el peso invisible que oprimía los pasillos. Suleimán avanzó por el corredor con el ceño fruncido, sus pasos resonando como tambores de guerra. Al entrar en los aposentos de Mahidevran, la encontró de pie, erguida, como una estatua viva tallada en fuego.
Con voz contenida, pero con una firmeza que cortaba el aire, el sultán lanzó su primer golpe: -¿Por qué te comportaste de esa manera con Şenay? ¿Qué te llevó a actuar como un animal?
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Mahidevran alzó lentamente el rostro, y sus ojos, oscuros y penetrantes, se clavaron en los de Suleimán con una mezcla de furia y dignidad. La quietud de su cuerpo contrastaba con la tormenta que ardía dentro de ella. -¿Animal, dices? -su voz era baja, pero su tono llevaba la amenaza de un trueno a punto de estallar-. Me comporté como lo que soy: una madre. Una madre que vio cómo intentaban matar a su hijo.
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Suleimán frunció el ceño, sorprendido por la intensidad de su respuesta. Antes de que pudiera replicar, Mahidevran avanzó un paso, la rabia ahora filtrándose en cada palabra: -Las pruebas son irrefutables, mi sultán. Las criadas hablaron. Dijeron todo. Cada detalle de su plan. ¿Y aún me cuestionas a mí?
-¿Estás segura de estas acusaciones, Mahidevran? -preguntó Suleimán, aunque su voz ya no era tan firme como al principio. Una sombra de duda comenzaba a insinuarse en sus facciones.
Mahidevran rió, una risa sin alegría, seca, dolida. -Tan segura como lo estoy de que la sangre que corre por las venas de Mustafa es también la tuya. Tan segura como de que nunca permitiré que lo toquen, aunque tenga que convertir este palacio en cenizas.
Suleimán dio un paso atrás, no por miedo, sino por el impacto de las palabras que ardían como brasas. Mahidevran respiró hondo, intentando contener el temblor de su pecho. Sus ojos no parpadeaban.
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