El aire era fresco esa mañana en el distrito occidental de Estambul. El albergue para niños y ancianos que Mahidevran había ordenado construir con fondos personales estaba lleno de risas suaves, pasos diminutos y arrugas profundas cargadas de historia. Las criadas se movían entre habitaciones con cestas de comida, y los médicos revisaban a los más débiles bajo la supervisión de la propia sultana.
Mahidevran, vestida con ropas sobrias y un velo claro que cubría su cabello con elegancia, se agachaba para limpiar el rostro a un pequeño que lloraba por su madre.
-Ya, ya... -susurró con ternura, acariciándole la cabeza-. Mientras yo esté aquí, no te faltará nada.
Una criada se le acercó.
-Sultana, el carruaje la espera.
Mahidevran asintió y se levantó, despidiéndose de cada grupo con una sonrisa, como solía hacer cada vez que visitaba. Subió un escalón, ya con un pie en el carruaje, cuando una mano temblorosa, arrugada y huesuda se aferró con firmeza a su muñeca.
Se giró sobresaltada. Una anciana, vestida con harapos grises pero con una mirada penetrante y brillante, la observaba fijamente. Era como si sus ojos atravesaran tiempo y carne.
-¿Esta bien? -preguntó Mahidevran, algo desconcertada-. ¿Necesita algo? Puedo ayudala en lo que necesita.
La anciana negó lentamente con la cabeza, sus dedos seguían sujetándola con extraña firmeza.
-No he venido a pedir, mi sultana... sólo a agradecer. Lo que haces por este lugar y por la gente olvidada...no pasará desapercibido para los cielos. Usted mi sultana esta bendita.
Mahidevran frunció el ceño con suavidad.
-Es usted muy amable. Ahora puede ir al alberge. Puedo enviarla con-
La anciana la interrumpió con voz baja, casi reverente.
-Llevá vida en vuestro vientre, sultana. Otro príncipe para este imperio.
Mahidevran se quedó inmóvil. Abrió la boca para decir algo, pero no encontró palabras.
-He trabajado durante treinta años como partera. Conozco los signos antes de que el cuerpo lo confiese. -La anciana le soltó la muñeca con delicadeza y sonrió-. Es una bendición. Cuidela bien.
Y sin más, se giró y se perdió entre la gente, deslizándose como si fuera parte del viento. Mahidevran quiso seguirla, pero ya no estaba. Solo los ecos del bullicio urbano quedaban, como si aquella aparición hubiera sido un susurro del destino.
Lenta, aún desconcertada, Mahidevran subió al carruaje, una mano sobre su vientre.
"¿Será cierto?", pensó.
Pero en lo más profundo de su alma, sintió algo distinto. Algo nuevo. Algo que crecía silencioso... como una promesa.Mahidevran descendió con gesto sereno, aunque el encuentro con la anciana seguía revoloteando en su mente como un presagio que no lograba apartar. Subió las escaleras lentamente, saludó a las criadas, y cruzó los corredores conocidos con un suspiro de alivio. Su cuerpo pedía descanso.
Pero al abrir la puerta de su aposento... se detuvo en seco.
No pestañeó. Su rostro se mantuvo sereno como el mármol de una estatua antigua. Miró a Ayşe un momento, luego a la Madre Sultana, y finalmente caminó con lentitud hasta la mesa del centro, donde vertió con calma un poco de agua en una copa de cristal tallado.
-Felicidades, Ayşe -dijo finalmente, con una voz suave y sin vibración alguna-. Traer una vida al mundo es siempre motivo de alegría. Espero que tu embarazo sea tranquilo y que el niño llegue sano.

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Yo soy Mahidevran
FanfictionEn donde mahidevran es una shahzadeh (princesa) de el gran imperio de Persa.El matrimonio de la shahzadeh Mahidevran con el principe Suleiman fue la mejor manera de terminar con la guerra de los otomanos y los persas. En esta historia Mahidevran d...