3.-El drama de Kim Minha

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Cuando la señorita Kim entró en mi despacho, mi primer pensamiento fue que pronto me haría famosa por haber encontrado al sexto miembro perdido de las Spice Girls. No aparentaba más de veinte años, a pesar de que sabía que estaba cerca de la treintena, y tenía el cabello tintado de un rubio oxigenado, rizado y con mucho volumen. Aunque estábamos en pleno invierno, bajo el abrigo vestía una corta falda vaquera deshilachada y un top que dejaba al descubierto su estómago, revelando el piercing con forma de corazón que llevaba en el ombligo.

Sin mediar palabra, se acomodó en la silla que estaba libre, produciendo un incómodo chirrido al deslizarla por el suelo, y me miró con impaciencia.

—Me alegra conocerla al fin, señorita Kim —saludé.

Masticó chicle con la boca entreabierta, tragó saliva sonoramente y después, de golpe, se transformó en un orco terrorífico:

—¡QUIERO QUITARLE TODO SU DINERO! ¡QUIERO QUE DONGMIN SE PUDRA EN LA MISERIA! ¡QUIERO HUNDIRLE LA VIDA!

Abrí la boca sorprendido. Mi cerebro no estaba preparado para procesar esa aguda voz gritona y, como ya sabía, tampoco para mediar con casos de divorcio. Odiaba convertirme en un ancla de apoyo en las rupturas sentimentales. Teniendo en cuenta mi historial, era cuanto menos irónico.

—Por lo que veo, tienes claras tus prioridades —bromeé para quitarle hierro al asunto, mientras rebuscaba el expediente del caso entre los papeles que había sobre mi mesa—. Será mejor que analicemos la situación por partes, ¿de acuerdo?

No contestó. Tan solo se quedó ahí quieta, sin dejar de mascar chicle, mirándome como si yo fuese un mosquito insolente zumbando a su alrededor y estuviese deseando rociarme con insecticida.

—Bien... —proseguí, ignorando su actitud—. Según tengo entendido, llevan casados un total de nueve meses y siete días, ¿correcto?

Minha me miró con hastío y comenzó a repiquetear con la punta de las uñas rojas sobre la superficie de la mesa de mi escritorio, sacándome de quicio. Producía un tic-tic-tic tremendamente molesto. Inspiré hondo.

—Supongo que sí. —Se encogió de hombros—. Lo que quiero es el yate, la casa de Jeju, el ático de Seúl y, por supuesto, el apartamento de París —dijo—. Además, ¡Bigotitos es mío!

Abrí la boca y volví a cerrarla. Fruncí el ceño. Puede que Juwon tuviese razón: debería haber estudiado el caso más a fondo, ya que no tenía ni puñetera idea de lo que decía. Mantuve la calma y me incliné unos centímetros sobre el escritorio, en actitud confidencial, con la intención de mostrarme cercano y amigable.

—Perdona, Minha, ¿quién es Bigotitos?

—Es nuestro perro. Es decir, MI perro. Y no quiero que lo toque, ni que lo mire, ni que juegue con él a lanzarle la pelota. ¿Estamos en la misma onda?

«Sí, en la onda de la autodestrucción en tres, dos, uno...»

Las comisuras de mi boca empezaban a estar ligeramente tirantes y temblorosas; no podría aguantar esa sonrisa durante mucho más tiempo.

—Minha, no te preocupes, lucharemos para conseguir la custodia de Bigotitos.

Comencé a anotar en un papel los puntos clave de la reunión, trazando con el bolígrafo «Bigotitos» y redondeándolo para darle énfasis. Después garabateé «yate», «casa Jeju», «ático Seúl », «apartamento París» y la habitación se transformó en una cárcel de máxima seguridad cuando escuché los primeros sollozos de mi clienta. Ahogué un suspiro. No estaba lista para afrontar penurias amorosas y dar ánimos.

Tal Vez Tú_adaptación-2WONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora