Prólogo

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En el húmedo baño de una casa en los suburbios de la ciudad, Marshall, ensangrentado y bañado en sudor, apretaba los dientes para contener el dolor.

Yacía tendido en el piso, un hombre con la cabeza destrozada, tanto el mármol del lavamanos como la del inodoro, estaban teñidos de un intenso rojo, mientras que del cuerpo, la sangre escurría desde lo qué antes, era un rostro.

Marshall apretaba su nariz con unos trozos de tela que había roto de su propia ropa, tratando de contener la hemorragia, mientras oía gritos afuera del baño, viniendo hacía acá.

Habían varios hombres dentro del recinto, tres ya estaban muertos.

— Calculo unos cuatro más — Pensó Marshall — Mierda, ¿cuatro?, ¿Qué puedo hacer yo solo contra cuatro?

Propiamente consciente de la imposibilidad para salir vivo de esta situación peleando, miró hacía todos lados en el poco tiempo que le quedaba, antes de que llegaran los demás a golpearlo hasta morir, o incluso peor.

Había una pequeña ventana dentro del baño, suficientemente grande para que un adulto pudiera arrastrarse para salir, aunque sería bastante incómodo, dado el tamaño reducido.

El cristal era bastante resistente y grueso, Marshall trataba de romperlo, usando una navaja, apuñalando una y otra vez, a la par que desde afuera, reventaban la puerta a patadas, finalmente el vidrio cedió, resultando en una lluvia de cristal.

Arrastrándose como un gusano, los fragmentos de vidrio le rasgaban la piel.

Herido, logró salir por la ventana, solo para darse contra el suelo en una caída en seco desde el segundo piso.

Con los músculos fatigados, varias fracturas y hematomas por todo el cuerpo, Marshall, intentaba ponerse de pie, oyendo los gritos provenientes del piso superior.

— ¡Está abajo! ¡Abajo!

A duras penas y cojeando, Marshall huía de la casa en la que estaba, escabulléndose entre los arbustos y la maleza, propios de los suburbios.

El dolor apenas era perceptible para él, tal era el estrés, que mechones de su cabello se desprendían con suma facilidad al engancharse con las ramas, desde la raíz.

Las ortigas junto a las espinas de las flores, solo dañaban aún más su moribundo cuerpo, pero el olor de las hierbas camuflaban su aroma sangriento.

— Un... dos... tres... un... dos... — Se repetía a sí mismo para mantenerse consciente.

Sus piernas, con todas las heridas, seguían moviéndose, quizá por ese primitivo instinto humano de hacer hasta lo imposible por mantenerse con vida, o quizás sea la inquebrantable fuerza de voluntad de Marshall, consciente de sí misma, pero completamente irracional, en su defecto.

— Ah... — Jadeaba, en pesados alientos.

Los ojos de Marshall por poco y eran inundados por lágrimas, el dolor físico era soportable, pero la angustia por saber que aquellos hombres pudieran venir, siguiendo el rastro de sangre que había dejado, consumía su mente.

Llegó hasta la carretera, dónde se desplomó sobre el pavimento, protegiéndose el rostro con los brazos.

La muerte estaba próxima, no tardarían en llegar a darle caza, solo se arrastraba por el suelo, en un intento inútil por huir.

— Oiga, señor, ¿Se encuentra bien? — Dijo un hombre desde una camioneta.

Aquél sujeto desde su auto, se convirtió en una luz de esperanza para sobrevivir un día más.

— Sácame, sácame de aquí, por favor.

Levantándose, y con ayuda del conductor, se subió dentro del coche.

— ¿Qué le pasó? — Preguntaba el chófer — ¿Está grave?

— Eh, eh, voy a estar bien.

El auto comenzó a acelerar, alejándose cada vez más del peligro, la mente de Marshall tuvo un pequeño descanso, pero todavía tenía el shock.

— De verdad, muchas gracias — Agradeció Marshall, para después desmayarse.

El conductor se angustió al ver a Marshall no responder, pero se tranquilizó al corroborar que aún respiraba.

A pesar de que estaba ayudándolo de manera completamente altruista, su mente se cuestionaba, con una misma pregunta.

¿Quién es éste hombre?

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