3. La herida

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— ¿No crees que llevamos mucho tiempo aquí encerrados?—preguntó Georg.

—Tendrán muchas cosas que decirse—respondió Gustav—Me temo que es la pelea del siglo. Ya saldremos cuando acaben. 

—Pero es que tengo mucha hambre—murmuró Georg frotándose el estómago—No me han dejado terminar el desayuno.

—Tú siempre igual, primero tu estómago—dijo Gustav resoplando.

—Llevamos aquí encerrados más de media hora—apuntó Georg— A lo mejor ya han terminado.

—Si hubieran terminado estaríamos ensayando, y no oyendo tus tripas del hambre que tienes—apuntó Gustav a su vez.

—Me voy asomar, y si no oigo nada salimos—dijo Georg poniéndose en marcha.

Se dirigió a la puerta y abriéndola asomó la cabeza. No escuchaba nada. Le hizo una señal a Gustav y fueron a la cocina. Cuando llegaron vieron el escenario de la pelea. Parecía que allí había habido una batalla y no una pelea. El suelo estaba lleno de cristales y resto del desayuno.

— ¿Pero qué demonios ha pasado aquí?—gritó Gustav al verlo—Espero que no hayan llegado a las manos.

— ¿Y donde se han metido?—inquirió Georg.

—Yo subiré a sus habitaciones—se ofreció Gustav—Estarán en alguna de ellas. Tú recoge la cocina. Y no te pongas a comer.

salió de la cocina antes de que su amigo pudiera replicar y decidió probar primero en la habitación del guitarrita. Llamó a la puerta pero nadie dijo nada. La abrió y asomándose vio que allí no había nadie.

Se dirigió entonces a la del cantante y también llamó con suavidad a su puerta.

— ¡Déjame en paz!—gritó Bill al escucharle—Vete con tus chicas.

Gustav abrió la puerta y se asomó. Bill estaba tumbado  en la cama y parecía que lloraba. Desde allí le vio asomado y se limpió las mejillas con rabia.

—Gustav...—susurró sentándose en la cama.

— ¿Puedo pasar?—preguntó Gustav desde el pasillo.

—Si. Perdona, pensaba que eras el imbécil de mi hermano—explicó Bill carraspeando.

— ¿Todavía no habéis hecho las paces?—quiso saber Gustav entrando y sentándose en la cama a su lado.

—Nunca le perdonaré—dijo con firmeza Bill—Jamás en la vida.

— ¿Es por una chica?—interrogó Gustav— ¿Lloras por eso?

Bill se limpió con rabia la cara para intentar dejar de llorar.

—Yo no estoy llorando—murmuró muy enfadado. 

"Y menos por una chica"—pensó enojado.

—Vamos te he oído decir algo de una chica—le recordó Gustav— Y veo cómo te caen las lágrimas por las mejillas. Si no es una chica, ¿por qué más podías llorar?

Se le quedó mirando con muchas ganas de contestarle con la verdad. Pero no podía hacerlo. No podía decirle que podía estar llorando porque su hermano ya no le iba a volver a besar. Porque nunca le volvería a estrechar en sus brazos. Porque le había dicho que ya no le quería.

Aunque él se lo había dicho primero preso de la rabia que sintió en ese momento. No lo decía en serio. Pero Tom le había contestado que él tampoco le quería. Y ya no había vuelta atrás. Le había perdido para siempre.

Muerte de una estrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora