Capítulo 8. - Antípodas.

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Desde que llegaron sus padres a Pamplona, Alba no había tenido la oportunidad de ver a sus amigos, pero sentía que esa excusa no era suficiente.

Tras aquella visita inesperada, había mezclado los momentos con ellos con escapadas para verse con Natalia. Sin duda no había dispuesto de todo el tiempo que le hubiese gustado, pero apenas gozaba de un poco de libertad, lo único en lo que pensaba era en ir a su encuentro, olvidándose del resto.

En esos primeros días desde su visita, entre comidas familiares y ratos libres que encontraban a hurtadillas para amarse de nuevo, no hizo nada por estar en contacto con ellos, era como si su cabeza les hubiese expulsado de su realidad sin detenerse a pensar que aún seguían allí. No hubo WhatsApp, no hizo el más mínimo intento por verles un rato.

Aquella mañana, apenas abrir los ojos, buscó como cada día el mensaje de buenos días que Natalia solía dejarle al despertar y allí estaba, pero no era el único. Junto al mensaje que activaba su sonrisa cada día, había otro de Joan. De pronto aquella sonrisa le supo amarga y se sintió terriblemente culpable.

El mensaje le supo frío, cosa que no le sorprendió. Se limitaba a desear que estuviese bien e informarle de que se marchaban de vuelta a Madrid. Debía reconocerse que le daba miedo enfrentarlos, que no le apetecía en absoluto verles en esa extraña situación en la que se había metido ella sola, sin embargo, insistió en quedar con ellos antes de que partiesen.

La esperaban sentados en el bar del hotel en el que se habían estado alojando desde que llegaron allí. Pudo verles a lo lejos , nada más entrar. Suspiró, se armó de un valor que no tenía y caminó hasta su encuentro.

- Lo siento chicos - fue lo primero que dijo al acercarse a la mesa donde aguardaban.

- No te preocupes Alba - se levantó enseguida Joan para saludarla - ninguno esperábamos que tus padres aparecieran por aquí. - la tranquilizó.

- Lo sé... pero me sabe mal - dijo aún sabiendo que aquello no era del todo cierto.

Agradecía el gesto que habían tenido, que fuesen hasta allí para que no se sintiese sola, pero sentía que lo habían hecho en mal momento.

Algo inesperado había cambiado en su forma de sentir, en su manera de contemplar el mundo y, justo cuando trataba de entenderlo, habían aparecido opacando ese descubrimiento.

- Ni un mensaje Alba - tocó María tambores de guerra. Estaba enfadada y se había contenido demasiado.

- Llegué a casa y encontré a mi madre esperándome, me comí una bronca y tuve que convencerles de que no tenía idea de que ibais a venir - se justificó.

- ¿Y todo bien? - preguntó Joan conciliador.

- Esa es otra - se metió María mostrando su enfado a pesar de la intención amigable que mostraba Joan - ¿Se puede saber dónde te has metido todos estos días? Fuimos a aquella fiesta por ti y desde entonces has desaparecido. No hemos vuelto a saber de ti.

Alba se quedó petrificada, bloqueada. Tenía la sensación de haber pasado los últimos días en las nubes y nunca pasó por su cabeza que le preguntasen acerca de eso. En realidad era la última vez que se habían visto y acaban de caer en la cuenta.

- Estaba mareada - se excusó.

Joan sabía que mentía. Había visto con sus propios ojos cómo se dirigió a Natalia cuando besaba a aquella chica, hablaron y salieron juntas de allí.

- María, vale ya - intervino - Alba, sentimos si has tenido problemas con tus padres, nosotros solo queríamos estar contigo, que no te sintieras sola.

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