Caminamos de vuelta a la zona del túnel donde habíamos llegado, aunque al igual que antes, no había salida.
La criatura, quien Seba nombró como “Ámbar”, porque ese era el color que predominaba en su ampolleta, se colocó junto a la última pared rocosa y la tocó con su mano larga y blanca. Ésta empezó a desvanecerse en el aire hasta que fueron visibles los matorrales. La luz azulada del amanecer entró en la cueva. Recibí la brisa fresca de la mañana en mi rostro.
Me di cuenta que la piel de Ámbar empezó a despedir vaho.
«¿Qué le pasa a tu piel?», pregunté.
«La Esfera Madre. Si recibo su luz, me quema».
Estaba hablando del sol.
Ámbar dio un paso hacia atrás para refugiarse en la oscuridad. El vaho se detuvo.
—¡Francisca! ¡Sebastián! —escuché a lo lejos.
Eran nuestros padres, habían salido a buscarnos y habían llegado tan lejos como nosotros. Eso significaba que debíamos irnos.
Miré por última vez a Ámbar. Su ojos negros, que por naturaleza eran apenados, me miraron de vuelta. Quería quedarme siempre a su lado. Oír sus pensamientos bellos dentro de mi mente y seguir conociendo a su especie, pero las voces de los adultos llamándonos a lo lejos fue la dosis suficiente de realidad para darme cuenta que debía volver a mi vida y dejar a Ámbar hacer la suya.
—¡Francisca! ¡Sebastían! —oí de nuevo, esta vez mucho más cerca que antes.
Temí que se acercaran mucho, pues no debían ver a Ámbar y mucho menos encontrar la entrada a su hogar.
Ante un nuevo llamado, Canela gruñó y ladró tres veces. El túnel amplificó sus ladridos.
—¡Shh! —la calló Seba y trató de abrazar su lomo para calmarla.
Pero en cuestión de un instante, vi a Canela salir disparada hacia los matorrales.
Las voces de afuera estaban cerca y supe que se habían encontrado con Canela. No sólo oí a mis padres, si no a muchas personas más. Una linterna pasó de largo por entre las ramas de los arbustos que cubrían la salida de la cueva. Mi corazón dio un vuelco de susto. Retrocedí.
«Ámbar, cierra la cueva. Te pueden encontrar», le pedí mirándole a los ojos.
Pero no hizo nada. Estaba de pie en la sombra, observando los rayos del sol que poco a poco se colaron por la cúspide de los cerros.
«Nunca he visto a la Esfera Madre».
«Escúchame. Tienes que cerrar el túnel. Los humanos están muy cerca y no pueden verte. Son malos».
Ámbar volvió el rostro para mirarme. Apagó mi miedo y lo convirtió en calma. No supe qué hacer, de repente le resté importancia a todo lo que pudiera pasar si las personas que nos estaban buscando encontraban a Ámbar. Perdí la noción del peligro.
Ámbar volvió a mirar el cielo. Sentí su asombro por el sol naciente.
—¡Francisca! ¡Sebastián!
El terror regresó de un tirón a mi cuerpo.
Recibí una luz blanca en mi rostro. Entre los arbustos apareció un policía sosteniendo una linterna. Sus ojos nos examinaron a mí y a Sebastian, aliviados por habernos encontrado, pero en cuanto movió la mirada hacia la izquierda para chequear la zona su rostro se desfiguró al encontrarse con Ámbar.
—Niños, salgan de acá —ordenó llevándose una mano temblorosa a la cadera.
Con un ágil movimiento desenfundó una pistola.
—¡¡No le haga daño!! —protesté con un grito.
Un disparo sacudió mis oídos.
Resonó hasta lo más hondo de la cueva y lo más profundo de mi corazón. Caí de rodillas al piso, ahogada con mi aliento y las lágrimas que se atoraron dentro de mí. Ámbar yacía en el piso, con un hueco negro en su torso blanco. El color pálido de su piel empezó a oscurecer de a poco hasta volverse gris. Sus ojos perdieron el brillo.
Grité hasta que me dolieron los pulmones. Me sacaron a rastras de allí para entregarme a mis padres.
Vi cómo sacaban el cuerpo de Ámbar a la luz de la mañana. La policía se comunicaba por radio mientras examinaban su anatomía muerta. Avisaban a las autoridades lo que estaban viendo. Llamaron a otros humanos para que vinieran a ver lo que habían encontrado.
Todo lo que temí que pudiera pasarle a esa maravillosa sociedad que conocí de casualidad, sucedió. El mundo entero lo supo. Las naciones poderosas invadieron las cuevas ocultas del Valle del Elqui. Los humanos arrancaron a las criaturas de la oscuridad para erradicarlas en favor de nuestro bienestar.
La sociedad de Ámbar pereció en manos de la arrogancia humana.
Sólo quedó oscuridad.
Y no había nadie que pudiera arreglarla con su luz.
Bueno, gente, aquí finaliza la historia. Díganme en los comentarios qué les pareció este cuento y si les gustó c:
Nos vemos prontito.
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Ámbar ©
FantasiValle del Elqui, Chile. Dos hermanos salen en búsqueda de su perrita que se extravió durante la noche. En la excursión, un encuentro peligroso los lleva a descubrir que los mitos sobre el misticismo del Valle, son ciertos.