Capítulo 2

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El cansancio en ambos se hizo notorio cuando sus respiraciones pesadas se escuchaban en el silencio de la habitación. La primera en caer rendida (contra su voluntad) fue Hana, pues el estrés, el miedo, la ansiedad y el no dormir por casi dos días la había agotado. Luego le siguió Toji, un poco más relajado, pero alerta aún.

La mañana siguiente, alrededor de las ocho, unos golpes en la puerta los despertaron a ambos. Por parte de Toji un gruñido escapó de entre sus labios a la par que se volteaba, pasando su mano por su rostro, saliendo de su estado de sueño. Hana, por otro lado, se sobresaltó completamente y abrió sus ojos, quedando un poco cegada por la luz del sol que entraba a la habitación.

―Debe ser el anciano de ayer ―murmuró el hombre con voz ronca a la vez que se sentaba en la cama y luego se paraba, dirigiéndose a la puerta.

Hana parpadeó varias veces, rápido, hasta acostumbrarse a la luz solar. Frotó sus ojos y se sentó en la cama, bostezando. A pesar de todo, ella recordaba dónde estaba y por qué estaba ahí. Sin embargo le llamó la atención que nada había pasado, realmente ambos habían dormido y él no la había tocado, ella tenía la ropa en su lugar.

―¿Qué sucede? ―habló Toji, abriendo la puerta, encontrándose al viejo de la noche anterior.

―Está listo el desayuno señor. A las diez deberán partir a menos que paguen por otra noche ―dijo el anciano de cabello blanco, mirándolo al pelinegro, quien simplemente asintió.

―Tomaremos el desayuno para llevar ―dijo él, a lo que el anciano asintió.

―Le prepararemos una pequeña bolsa ―comentó y finalmente se marchó. El pelinegro cerró la puerta y volteó a ver a la mujer sentada en la cama.

―Buen día ―dijo y se estiró mientras caminaba hacia la silla donde había dejado su camisa.

―Buenos días ―respondió ella tras un largo bostezo, colocándose los zapatos.

Miles de preguntas pasaron por la mente de Hana. Realmente él la iba a llevar para pedir la recompensa, sin embargo la cuidaba de cierta forma. ¿Por qué? ¿Por qué no la trataba mal? ¿Por qué no la ataba? ¿Por qué no la insultaba? ¿Por qué la trataba como una persona? Tantas dudas le provocaron un ligero dolor de cabeza, haciendo que soltara un gruñido que fue notado por Toji quien sin embargo no dijo nada.

―Es mejor que vayamos al baño antes de partir ―dijo él, rompiendo el silencio. Hana asintió y se paró, estirándose―. Está fuera, te acompaño y luego voy yo ―añadió mientras abotonaba su camisa, mirándola de reojo.
―Puedo ir sola ―la mujer habló e hizo una mueca.

―Podrías escaparte. De todas formas, el baño está fuera y estoy seguro que los borrachos deben seguir por aquí.

Esas últimas palabras provocaron un escalofrío en ella. Sí, los mismos borrachos que la habían mirado como un pedazo de carne la noche anterior. La pelinegra soltó un suspiro y no dijo más, por su propio bien iría con él. La corta caminata hasta el baño fue en silencio, inclinando la cabeza a modo de saludo a las personas con las que se cruzaban. Hana sentía las miradas en ella, ¿cómo no? Llevaba un pantalón, ropa de hombre. Sin embargo nadie le decía nada, no recibió insultos y tan pronto alguien notaba que ella le devolvía la mirada, miraban a otro lado. Debía de ser por el hombre caminando tras de ella, supuso Hana, porque de estar sola la gente no se hubiera contenido. Otra vez ese extraño sentimiento de protección. Toji era un completo extraño, era un cazarrecompensas y estaba con ella para llevarla a su pueblo natal y entregarla por monedas, sin embargo sentía cierta protección a su lado, pues nadie se atrevía a molestarla. Probablemente los demás sentían y pensaban que si le hablaban, gritaban o tan solo con mirarla mucho él saltaría en su defensa y, honestamente, Toji no parecía la clase de hombre con la que uno quisiera pelear sin estar seguro de tener alguna clase de ventaja.

―Ve tú primero ―rompió el silencio el hombre una vez que se encontraban frente al baño.

The Bounty Hunter | Toji FushiguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora