CAPÍTULO FINAL

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HAERAN

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HAERAN

No...

En el momento en el que la cápsula de Kol se desvaneció y desperté, supe que algo estaba mal. La cabeza me palpitaba con dolor, y me enfoqué en sentirla: su presencia, sus latidos, algo.

Salí del territorio del palacio y corrí tan rápido como pude hacia el lugar que emitía los leves latidos de su corazón. La desesperación me carcomía.

—Arlene, por favor —murmuré una y otra vez, pisando charcos que chipoteaban a todos lados. La lluvia ya me había empapado.

Al llegar al inicio de los árboles no me detuve, pero los latidos que me guiaban sí.

Bum...

Bum...

Silencio.

No.

Ella no podía morir de nuevo, no así. El destino no podía ser tan cruel.

Dejé atrás a los soldados que se pusieron alerta al verme mientras irrumpía en el oscuro y mojado bosque. Y entonces, llegué al claro en el bosque donde estaba ella, sentí que me habían golpeado el pecho con tanta fuerza que dejé de respirar.

Las palabras no me salían. Temblando, me acerqué, Arlene yacía de espaldas en un charco de agua manchado por el azulado del Kol que había dejado su pecho. Estaba muy herida, sus ropas negras desgarradas en algunas partes. Su rostro estaba plagado de cortadas, aún así, su expresión no era de dolor, era tranquila, pacífica con una leve sonrisa en sus labios.

Miré a un lado donde yacían los restos de Caos II, y no sentí nada porque con su muerte, ahora podía verlo todo con claridad, cada manipulación, cada mentira.

Caí de rodillas y tomé la mano de Arlene con gentileza. Quería gritar, rogarle que no me dejara de nuevo, pedirle que luchara por vivir, pero la vida ya había dejado su cuerpo. Y no quería que lo poco que quedaba de ella se fuera con el recuerdo de mi agonía.

—Lo lograste —dije entre sollozos y me incliné para besar su frente—. No más guerra, no más muerte, Arlene. Hiciste un buen trabajo. Dearmek, mak preksia.

Duerme, mi princesa.

Mientras lloraba, observé la daga enterrada en su pecho, la causa de su muerte y la saqué de ella con cuidado, ojeé el filo. ¿Debería irme con ella? Ella que hizo todo esto por la paz de estas tierras, por nosotros. ¿Me perdonaría si lo hacía?

—No te perdonaría.

Una voz profunda surgió a un lado de los árboles, y me tensé, buscando la fuente. No lo había sentido en lo absoluto, seguía sin hacerlo. ¿Qué era? ¿Humano? ¿Vampiro? ¿Purasangre?

De las sombras, emergió alguien alto de cabello negro que llevaba puesto un uniforme carmesí, a un lado de sus ropas llevaba el estampado de una rosa marchita.

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