Prólogo

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Entonces, ambas corrieron por sus vidas, mirando por encima del hombro las demoliciones e intentaron mantener el equilibrio entre el hielo y el suelo apedreado. El pánico era lo que las mantenía alertas, pero sus cuerpos congelados decaían. Había sangre por todas partes.
     La noche fue la más oscura en mucho tiempo y el frío hacía a la gente estremecer. Los muros comenzaron a caer y el polvo nos asfixiaba. Desde los tejados hasta los terrenos, la nieve se agolpaba y no dejaba que nos moviésemos. Las bengalas pedían auxilio en el cielo.
     Los oí tomar algunas fotos, porque creían que la historia debía saberlo. Algunos aún seguían encadenados, otros se aproximaban a hacer justicia por mano propia. Los vecinos de las ciudades cercanas comenzaron a acercarse. Los niños lloraban.
     Y resultó difícil porque, para colmo, un banco de niebla se había instalado justo frente a nosotros. Era algo tan denso y tedioso que imposibilitaba la vista previa de cualquier panorama, pero por alguna razón, la vi. Parada, con fuego en los ojos, luego de la corrida memorable en la que cargó el arma con sus débiles manos, y supe exactamente lo que estaba pensando. Estaba decidiendo, había estado toda su vida entre esas dos opciones, fija en la grieta, deliberando: ¿Corazón o cerebro? Allí en el precipicio entre el alma y la mente, pero para ese momento solo tenía veneno en su cabeza.
— ¿Sabes lo que es la culpa? — La oí decir. — ¿Sabes lo que le tiene que pasar a alguien, para que decida matar a una persona? ¿Para qué empuñe el arma y jale el gatillo? ¿Para qué vea el último destello de vida en los ojos de su enemigo? ¿O escuche el caer del cuerpo al suelo y el shock de la entrada a la realidad y la salida de la adrenalina? Claro que no lo sabes… porque vos, nunca fuiste como yo. — Y sin parpadear, le disparó.

Lelis Donde viven las historias. Descúbrelo ahora