Capítulo 7: Un año después

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La brillante luz del sol se filtraba a través de las cortinas, anunciando el comienzo de un día especial. Era la mañana de una esperada cita, exactamente un año después de aquella inolvidable salida de amigas.

Un año lleno de cambios, descubrimientos y, sobre todo, de un amor que había crecido y florecido hasta convertirse en el eje de sus vidas. Las bellas jóvenes estaban emocionadas, cada una preparándose con mimo y ansias por el día que les aguardaba.

Kano, con su característico entusiasmo, eligió un vestido floreado que acariciaba su figura y la hacía lucir radiante, casi etérea. Se detuvo frente al espejo un instante, su corazón latiendo rápido al pensar en el momento en que vería a Saki. Por su parte, Ooga, siempre elegante, aguardaba en la entrada de la casa de Kano con una sonrisa tan cálida que podría haber iluminado la ciudad entera.

Cuando sus ojos se encontraron, el aire pareció cargarse de electricidad. Ese momento no necesitó palabras; sus miradas compartían un secreto cómplice, una promesa silenciosa de amor eterno.

Las chicas tomaron un taxi rumbo a Disneyland, el lugar donde todo había comenzado. Durante el trayecto, Kano se apoyó cómodamente en el brazo de Saki, y sus manos entrelazadas expresaban más de lo que cualquiera podría entender.

—¿Recuerdas nuestro primer beso allí? —preguntó Kano, con la voz teñida de nostalgia mientras miraba por la ventana, viendo el parque acercarse en la distancia.

—¿Cómo podría olvidarlo? —respondió Saki, su sonrisa iluminando el momento. —Fue el inicio de nuestra historia, mi amor.

La tierra de los sueños las recibió con los brazos abiertos, el aire impregnado de emociones y magia. Recorrieron las atracciones, riendo y disfrutando como si el tiempo no existiera. Cada mirada compartida era una chispa, cada toque, una pequeña explosión que hablaba del vínculo irrompible entre ellas.

Al mediodía, decidieron detenerse a comer. Entre bocados y sabores exquisitos, las risas llenaron el aire. Kano, con su típica picardía, se inclinó hacia Saki y robó un beso furtivo, el sabor de su amor más adictivo que cualquier platillo frente a ellas.

—No puedo evitarlo —susurró Kano con una sonrisa traviesa. —Tu sabor es más delicioso que esta comida.

Saki soltó una risa suave, sacudiendo la cabeza.

—Eres increíble. Cada beso tuyo es un recordatorio de lo afortunada que soy de tenerte.

—Awww, ven aquí. —Con un tono juguetón, Kano tomó a Saki de la nuca y, sin importarle las miradas curiosas a su alrededor, comenzó a besarla con más intensidad. Sus labios se movían con confianza, dejando claro que no se cansaría de demostrar cuánto la amaba.

La noche cayó sobre Disneyland, y las luces del parque se encendieron, transformando el ambiente en un lugar sacado de un cuento de hadas. Las chicas paseaban de la mano, sus dedos entrelazados mientras el frío nocturno las invitaba a acercarse aún más. Frente al icónico castillo, se detuvieron para sumergirse en la magia del momento. Besos bajo la luz de la luna y risas que resonaban como melodías encantadas.

Posaron para fotos, capturando recuerdos que, más que imágenes, eran fragmentos de su conexión única. En una de esas fotos, Saki se acurrucó en los brazos de Kano, dejando que la calidez de su amada la envolviera por completo.

Fue entonces cuando Saki sacó un pequeño estuche de terciopelo y lo abrió, revelando un collar con un medio corazón.

—Este es para ti —dijo Ooga, con una suavidad que hizo que el corazón de Kano se acelerara. —El mío tiene la mitad que completa la frase: "Amor eterno".

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