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Esa mañana se despertó por el molesto rayo del sol. Resopló y suspiró hasta taparse con la pesada colcha con suave aroma a lavanda.

Su mente aún borracha por la vigilia del sueño, tardíamente reaccionó hasta despejarse alarmada. ¿Desde cuándo la cama del internado era tan blanda? ¿Y las colchas perfumadas?.

Al abrir sus ojos quedó hipnotizada. La luz de la mañana se reflejó en el cristal produciendo un encantador destello iridiscente que bañó las paredes de la amplia habitación.

Los Warren y los sucesos posteriores a su llegada llegaron a su memoria dando un leve dolor de cabeza.

¿Realmente accedió? ¿Tan imprudentemente?.

Rápidamente (y renuente, nunca lo admitiría), abandona la comodidad de la cama para inspeccionar la habitación.

Las paredes son de un color Coral y las decoraciones, aunque simples, también gritaban por si mismo “costoso” por todos lados.

Ella misma creció en una finca, pero la suya misma no era nada comparado entre ambos.

Al mirar hacia abajo, su traje de dos piezas había desaparecido junto con el corset dejándola en un limpio y desconocido camisón blanco.

¿Qué- quién se atrevió!?.

El incipiente de un dolor de cabeza quedó en el olvido en ese punto.

Fue a la puerta de entrada y la encontró desbloqueada. Un pasillo iluminado le dio la bienvenida, había más puertas a su lado derecho y si no se equivocaba, estaba en el extremo final del pasillo. O de la mansión misma.

Al caminar por este, inmediatamente se dio cuenta de dos cosas; los pasillos estaban vacíos (extraño, ¿un aristocrata sin sirviertes?) y un extraño sendero de luces a gas parecía guiar su camino hasta el incipiente de unas escaleras.

Quién sea el responsable, se tomó el tiempo de guiar el camino para no perderse.

Con cautela se asoma a las barandillas, una algarabía de sonidos aislados comenzaron a oírse.

El sordo sonido de pasos, la conmoción de una animada cocina, cacerolas y vapores.

Un aroma golpeó sus sentidos, cítricos y picante. Junto al aroma dulce de lo que puede deducir son arándanos.

–¿Piensa quedarse ahí, joven señorita?–

La voz de una mujer la sobresaltó. Se hallaba a los pies de las escalera y venía alisándose el vuelo de su mandil.

–¿Quién eres?– interroga en un impulso. Tenía el inconfundible acento Americano.

Enarca una ceja blanca antes de juntar ambas manos e inclinar la cabeza.

¡Ante ella!.

–¡Oh, no, no!. No tienes que hacerlo.– Se apresura a detenerla. Baja las escaleras de dos en dos para llegar ante la anciana.

Pero ella no se eleva.

–Perdóneme mis modales, joven señorita. Mi nombre es Stella, soy la ama de llaves de la noble familia Warren y, de ahora en más, su fiel servidor.–

–¿Qué?– Sus ojos se abrieron cómicamente. –¿Mi qué-— como un pez fuera del agua, boquea tontamente.

–Usted es la nueva integrante de la noble familia Warren. Es mi deber y el de todos aquí, acompañar y cumplir con los requisitos de la señorita cuando le sea necesario. Por favor, cuide de mí.– Se inclina una vez más y sonríe brevemente manteniendo el aire acatado a su alrededor, sin perder la dignidad de sus movimientos.

The Warren ᴱⁿᵒˡᵃ ᴴᵒˡᵐᵉˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora