“—Insultantemente honesta, increíblemente inteligente, elocuente y sagaz. Mi niña, eres muy capaz, sal al mundo y muestra de que estás-–”
Antes de que pueda seguir leyendo, arruga la nota en su puño, el rencor y enojo turbando la sangre en sus venas provocando su agarre antes de lanzarlo al cubo mas cercano de desechos.
No importa que medios haya adoptado para deshacerse de esa nota. Su contenido se hallaba grabado en forma de lágrimas de cera sobre su corazón.
Había atesorado esa nota como un naufrago sediento atesora la esperanza. El nombre de su madre, «Eudoria, con amor», garabateado vagamente en puño y letra en la esquina inferior derecha. Esa nota había sido su incentivo a desentremar las interminables incógnitas a la larga de la inexplicable desaparición de su madre, y por consiguiente, su abandono tras su cumpleaños número dieciséis.
Desde entonces, su corta vida adolescente fue en picada y nada más que a manos de su insufrible hermano mayor, Mycroft, y el cobarbe cómplice, afamado, Sherlock Holmes.
No hace falta mencionar la decepción, qué por supuesto, no hacía honor a la traición, luego de observar como la persona a la cual admiraba y llevaba seguimiento a través de las esporádicas cartas que intercambiaba con su madre, - tal vez por simple deber filial -, y las reservadas entrevistas después de un trabajo bien hecho que, envidiablemente, ocupaban la primera plana del periódico Times; no objetaba tras su prematura matriculación al infierno, como ahora conocia; La escuela para señoritas, de la Srta. Harrison.
–Enola, la señorita Harrison desea vernos a todas en el patio de eventos.– Una de las niñas de ciclos menores se acerca.
Todas vestidas segun las normas: cabello ceñidamente recogido en una cebolla ordenada, uniforme de viuda negra, con camisola blanca y zapatos lustrados.
El uniforme era decente al menos, según las jugosas membresías qué se cobraban anualmente, un nuevo uniforme y zapatos de cuero bajos se entregaban cada par de meses. La comida era insípida pero no exenta de los carbohidratos necesarios y las instalaciones carecían del encanto juvenil para ser una institución de niñas aristócratas.
Casi deprimente, Enola llevaba más tiempo allí de lo que había previsto. La paloma observadora como inocente, ya se había adentrado dentro de la salvaje Londres, ya había probado lo que la gran ciudad podia ofrecer, y en lo que en su momento fue abrumador, todavía se encontraba encantada con regresar.
Pero eso lucia tan improbable como que los cerdos vuelen si sus hermanos no venían por ella.
Enola, había detenido momentáneamente su tarea de asear las esquinas de las baldosas del ala sur. Reanudando, sin darle mayor importancia a la joven de sombrío semblante, según las indicaciones de Madam Harrison, este edificio debía estar brillando como nuevo para la siesta de las doce.
Enola sabía mejor que eso. Madam Harrison estaría deambulando por estos pasillos mucho antes de lo acordado.
–De inmediato...– Sentencia con cierta presunción. –No lo eches a perder y tal vez Miss Harrison, te permita asistir al banquete de las ocho.– Aconseja. Dicho esto, cruza las manos con la gracia qué sólo una niña de ocho años puede adoptar, dándole la espalda, se retira sin más interrupciones.
Su postura dolorosamente derecha a una edad tan jovial y la barbilla exageradamente elevada, solo daba cierto aire incómodo de una niña imitando a una dama noble.
Era tan divertido como pueda ser para alguien aisladamente social.
Con un último suspiro, ya había terminado mucho después de la última visita y era hora de devolver los elementos de limpieza a la cocina. Había atravesado los pasillos tan rápido que era apenas un borrón blanco y negro a través de los cristales de los antiguos cuadros.
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The Warren ᴱⁿᵒˡᵃ ᴴᵒˡᵐᵉˢ
FanficIr tras sus hermanos fue una mala idea. Creer en sus hermanos fue un error. Esperar a que un fuerte caballero de brillante armadura la rescate del colegio para señoritas, fue ingenuo hasta para Enola Holmes. Pero, ¿Qué sucede cuando la posible solu...