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Esa semana fue como un sueño para Nunew.

Al día siguiente, como era sábado, partieron a YongPyong Ski Resort, un lujoso centro de esquí en el que iban a estar por toda la semana. Poseía no sólo pistas de esquí y lujosos hoteles, sino también piscinas temperadas y un sauna, una zona de golf, habitaciones de juegos y karaoke, restaurantes y pubs, tiendas para comprar distintas cosas y un salón de bolos. Además, contaba con teleféricos para recorrer todo el lugar.

Zee no escatimó ningún gasto en ese pequeño viaje. Llevó a Nunew a todas partes para pasar tiempo entre ellos, y el omega sólo se dejaba llevar por esa efímera felicidad. Efímera, porque era lo que siempre pasaba entre ellos: el alfa lo mimaba unas semanas antes de volver a la rutina de todos los días.

Por eso mismo, no le dijo del embarazo todavía. Nunew quería disfrutar esos días sin preocupación alguna, sólo ellos dos y ese bonito lugar que parecía como un cuento de hadas. Tal vez ese era su florecimiento, pensó mientras abrazaba el brazo de Zee y subían por el teleférico, abrigados para evitar el frío. Florecía pocas veces al año, cuando Zee le dirigía una mirada, y después se escondía otra vez, esperando una señal para volver a nacer.

Aunque era un poco complicado ocultarle del embarazo a Zee, comenzando por el hecho de que ya no podía beber alcohol. Usó mil veces la excusa de que no lo aguantaba bien, sin embargo, el alfa no parecía muy convencido por eso. Por otro lado, se fijó un día mientras salía de la tina, su vientre estaba un poco más hinchado. Era como si hubiera comido un montón de cosas ese día, con la tripa sobresaliendo un poco.

―Creo que estoy rechoncho ―comentó una tarde, mientras estaban en el salón de bolos―. ¿Me viste? Debería...

―No digas estupideces ―contestó Zee, agarrando el bolo rojo con el que jugaba―. ¿Rechoncho? Aunque lo estuvieras, serías más adorable de lo que ya eres.

―¿Lo dices en serio?

―Claro ―el alfa le guiñó un ojo― tendría más para agarrar cuando te follo, bebé.

Nunew estuvo tentado de lanzarle su bolo azul, pero sólo le sonrió, feliz.

El dos de enero les tocó volver de esas cortas vacaciones. El omega sabía que eso sería todo por ahora: Zee volvería a trabajar y los murmullos regresarían. Estaba bien, ya se encontraba preparado para eso, porque era su rutina diaria. Atesoró esa bonita semana en el fondo de su corazón y la guardó con recelo, para recordarla cuando volvieran los días malos.

Al día siguiente, Zee llegó a casa a las cinco y media. Nunew había estado de rodillas, en cuatro, buscando el control remoto bajo el sofá, cuando escuchó la puerta siendo abierta y Zee apareció.

―¿Prukie? ―preguntó, boquiabierto, y miró la hora―. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué tan temprano?

―Quédate allí ―masculló el alfa, caminando hacia él y agarrándolo de la cintura―, ¿por qué no me recibes así todos los días?

Nunew le iba a preguntar a qué se refería, pero recibió una nalgada sobre su pantalón y las manos de Zee le bajaron la prenda. Ni siquiera protestó o se quejó, tan sorprendido de que su alfa estuviera ahí, tan desesperado por hacerlo suyo.

Gimoteó al sentir la polla frotándose entre sus nalgas y sólo levantó más el culo, dándole mejor acceso al mayor.

Una vez acabaron, con el omega sentado en las piernas del alfa y haciendo arrumacos, recordó todo.

―Zee ―habló, con las mejillas coloradas y una sonrisa risueña―, ¿qué haces aquí? Siempre llegas más tarde, ni siquiera tengo lista la cena.

―Olvida la cena ―contestó el alfa―, ¿no me quieres aquí? Si es una queja, puedo volver...

BLOOMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora