Parte 5: La misión

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En el corazón palpitante y vibrante de la vida, en el epicentro absoluto y definitivo de una sesión de entrenamiento intensa, agotadora y fervorosa, me encontraba allí, hombro con hombro, en una estrecha y profunda colaboración con Lukas. Lukas, mi leal compañero de batalla que siempre ha estado a mi lado, un querido amigo de confianza en quien confío incondicionalmente y que nunca me ha defraudado. Juntos, nos esforzábamos sin descanso, empujando nuestros límites y desafiando nuestras habilidades al máximo, practicando unas maniobras de esquivación extremadamente complejas, meticulosamente coreografiadas y perfectamente ejecutadas hasta la perfección. Estas acciones requerían de una concentración absoluta, una atención inquebrantable y una coordinación perfecta, casi sobrehumana.

El sudor goteaba sin cesar por nuestras frentes, gotas brillantes de esfuerzo y dedicación que destellaban como pequeñas estrellas bajo el intenso sol, mientras nos movíamos en perfecta sincronía, como dos bailarines en una danza complicada y meticulosa donde los dos eramos protagonistas. Nuestro entendimiento mutuo era profundo, casi telepático; anticipábamos los movimientos del otro con una precisión sobrenatural, como si estuviésemos unidos por un lazo imperceptible, una conexión mental que, aunque invisible a simple vista, era innegablemente fuerte y poderosa.

En ese instante, un cambio sutil pero inconfundible en su mirada me detuvo en seco. Sus ojos, que siempre habían sido un reflejo de determinación y concentración, ahora estaban nublados por una sombra de preocupación que me desconcertó. Habíamos estado tan en sintonía, tan perfectamente coordinados, que este cambio repentino en su expresión fue como una descarga eléctrica, enviando ondas de alarma a través de mi sistema.

El rostro de Lukas, que antes era un reflejo de una concentración y determinación intensas, de un objetivo claro y una misión inquebrantable, se volvió sombrío, oscurecido por una sombra de preocupación que no había visto antes. Fue un cambio tan brusco, tan repentino, que desató un torbellino de inquietud y ansiedad en lo más hondo de mi ser, una sensación de alarma que no pude ignorar. Mi corazón latía con fuerza, resonando con un temor que no podía desvanecer, mientras intentaba descifrar el significado de este cambio repentino. Sabía que algo había cambiado, que algo estaba mal, pero no podía entender qué era. Todo lo que sabía era que tenía que averiguarlo, y rápido.

Porque Lukas era más que un compañero para mí. Era un amigo, un aliado, un hermano en armas. Y en ese momento, supe que no importaba lo que estuviera mal, no importaba lo que nos esperara. Lo enfrentaríamos juntos, como siempre lo habíamos hecho. Porque eso es lo que hacemos. Somos un equipo. Y nada podría cambiar eso.

A pesar de la desbordante incertidumbre que me consumía, la angustia que se retorcía y crepitaba en los confines de mi estómago, resistí con todas las fuerzas que pude reunir la tentación de romper el hielo de nuestro silencio ensordecedor y preguntarle directamente a él, a Lukas, qué estaba sucediendo. Me mantuve en un silencio contemplativo, observando atentamente los cambios sutiles pero notables en su comportamiento, buscando cualquier signo o indicación de lo que podía estar pasando por su mente.

Sin embargo, como si hubiera leído mis pensamientos más profundos, más secretos, Lukas, de manera repentina y sorpresiva, se giró para enfrentarme. Sus movimientos eran deliberados, casi calculados, y la tensión en el aire se volvía más densa con cada segundo que pasaba.

Sus ojos, esos ojos que siempre habían sido un faro de calidez y amabilidad, ahora ardían con una intensidad que no había presenciado antes. La luz en ellos parecía más brillante, más feroz, como si estuviera alimentada por una fuerza interna incontenible. Cada chispa, cada destello en ellos parecía contar una historia, una historia que estaba a punto de desvelarse ante mis propios ojos.

un ángel entre los demoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora