Capítulo 4

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La fiesta de cumpleaños de Candace fue muy tranquila, asistieron alrededor de veinte personas nada más, y no duró demasiado. Sin embargo, me lo pasé muy bien, incluso con Kyle ahí cerca.

Quería hablarle a Kyle pero los nervios me estaban consumiendo, además él había decidido quedar como amigos, y no quería arruinar lo poco que nos quedaba. Opté por guardar silencio, puesto que siempre que hablaba terminaba metiendo la pata.

El domingo por la mañana ayudé a Nate y a Candie a limpiar la sala, porque la fiesta, a pesar de ser pequeña, había dejado un pequeño desastre de basura y mugre.

Durante la tarde me dediqué a terminar mis deberes y cerca de las seis decidí que debía irme o no tendría suficientes horas de sueño.

- Llévate el auto de papá – dijo Candie, tendiéndome las llaves. La miré ceñuda.

- No, tomaré el autobús – negué con la cabeza. No podía aceptar llevarme el carro, era de ambas y no habría sido justo.

- Puedes tenerlo esta semana y la siguiente me lo quedo yo – sonrió. – Anda, Cassie, también es tuyo.

- Vale – suspiré y tomé las llaves entre mis manos. – Gracias, Candace.

- No hay de qué, hermana – ella me dio un abrazo que correspondí.

Me despedí de Nate y me dio un poquito de nostalgia que Kyle se hubiese ido la noche anterior, porque no nos habíamos despedido como corresponde. Él simplemente había sonreído, había tomado su abrigo y había atravesado el jardín delantero para llegar a su coche y desaparecer en la oscuridad. Mentiría si dijera que no me dolió aquello, o que no me dolía no estar con Kyle. ¡Porque demonios! ¡Sí que dolía! Lo extrañaba, pero no quería admitirlo en voz alta, no quería tragarme mis palabras, no quería aceptar que había terminado la primera relación buena de mi vida por razones tan rebuscadas.

Candace tenía razón. Kyle iba a aburrirse, iba a cansarse de todo aquello y lo iba a perder para siempre.

Y yo, Cassandra Green, no estaba haciendo nada al respecto, era lo suficientemente tonta como para obligar a mi mente a callarse mientras metía mi bolso en el maletero del carro y encendía el motor para largarme de Filadelfia de una vez por todas.

Estaba oscureciendo cuando por fin atravesé el centro de la ciudad. Había nubes bastante oscuras en el cielo y eso solo significaba una cosa: se avecinaba la primera lluvia de finales de verano.

Maldije mi fuero interno cuando me quedé atascada en el tráfico de la autopista que me llevaría a Nueva York. El reloj marcaba las siete menos cinco y habían comenzado a caer las primeras gotas de lluvia.

Encendí el calefactor del carro mientras me preparaba para lo que serían un par de horas atrapada en la autopista. ¿Es que todo el mundo salía de Filadelfia el domingo por la tarde camino a Nueva York? ¡El universo quería verme enfadada! Suficiente tenía con el nombre de Kyle dándome vueltas en la cabeza como una canción pegajosa.

- Vamos – mascullé mirando por la ventana. – Muévanse.

Sentí cómo se abría la puerta del copiloto y para cuando caí en cuenta de que no poner seguro era la peor idea del mundo... Mark ya estaba sentado junto a mí, empapado, mirando al frente y con la mandíbula tensa.

Casi me da un ataque. ¡Era Mark! El chico que me había agredido el día de nuestra graduación por no haber aceptado una tonta invitación al baile. Estaba ahí, conmigo... en mi carro.

Ni siquiera podía gritar de la impresión, y lo primero que se me vino a la mente fue que aquel día sería mi fin, porque de seguro Mark no quería tener una civilizada conversación conmigo sobre cómo estuvo el verano y cómo iba la universidad.

Kyle | 2da parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora