Capítulo 42

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Miró por la ventana y se fijó como el sol se escondía entre el mar. Suspiró lentamente y cerró los ojos, de forma tranquilizadora.

¡Estaba tan confundida!

Empezaba a sentir algo en su interior que jamás había sentido. Aquel castaño la estaba confundiendo y mucho.

Lo últimos cuatro años había hecho lo que quería con su vida sin tener remordimientos, sin sentir nada. Estaba absorta en todo lo que se refería a sentimientos.

Pero tenía que llegar Jungkook a su vida para tener que alborotar todo.

Le había gustado que la defendiera en la fiesta de aquel chico, aunque recordaba vagamente aquello, le había gustado dormir entre sus brazos, le había gustado que la besara en la playa y que la abrazara de aquella forma en la que nadie lo había hecho antes.

Pero lo único que no le había gustado había sido lo que había sentido en el estómago al estar con Jungkook.

-Las mariposas -susurró.

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Abrió la cortina, se asomó al vidrio y miró a ambos lados de la calle... Nada de nada.

Estaba ansiosa y a la vez nerviosa. Mañana era su cumpleaños número diez y su madre le había dicho que su padre estaría con ella, en aquella fecha tan especial.

No había podido estar el cumpleaños pasado y se había sentido tan triste.. Pero ahora era diferente, su padre iba a estar, claro que sí.

Cerró la cortina y se sentó en el sofá acompañando al "señor orejitas" un conejo de peluche, regalo que le había mandado su padre, un día tan inesperado para ella...

¿Se demoraría mucho su padre?

Llevaba toda la tarde esperándolo, su madre había insistido que fuera a dormir, que mañana lo vería, pero no, ella esperaría hasta ver la cabellera corta de su padre entrar a la casa.

El Capitán del ejercito Marco Manobal era el hombre que más admiraba en su vida, alto, con el pelo castaño, con ojos claros, demostraba dureza y timidez a la vez.

Ella entendía a la perfección la labor de su padre, pero había veces que lo extrañaba tanto. Pasaban meses entre cada visita...

Esa noche hacía frío mucho frío, estaba segura que nevaría al siguiente día, y aunque le agradaba la idea de que hubiera nieve en su cumpleaños le preocupaba el hecho de que los caminos se cerraran y otra vez su padre no estuviera con ella.

Tomó al señor orejitas y se acurrucó en el sofá, cerró los ojos cansada y se durmió.

Sintió como la tomaban en brazos y subían hacia el segundo piso. Abrió los ojos despacio y lo vió.

¡Su padre había llegado!

-Papá -susurró bajito.

-Cariño -ella sonrió al oír la voz tan peculiar de su padre- ¿Qué hacías durmiendo en el sofá?

-Te estaba esperando -vio como su padre sonreía.

-Pues no debes esperar más, ya llegué pequeña -su padre entró con ella en la habitación y la cobijó bajo las sábanas.

-Te demoraste mucho -lo miró bien y aún llevaba el uniforme del ejército.

-Lo siento, orejitas -acarició su mejilla- Los caminos estaban cerrándose, tuve suerte de llegar. ¡No me iba a perder tu cumpleaños! -exclamó y ella sonrió.

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