🪶3.Avecillas.🪶

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La sala se sumio en un silencio que aunque parezca contradictorio podría definir como ensordecedor.

Solo hace un par de minutos las personas que formaban el semi círculo estaban riendo amenamente ignorando cualquier gramo de sufrimiento e incluso confusión que cualquiera de nosotros tuviéramos.

Lo único que se escuchó después de que se abrieran un par de puertas de madera blanca fue el sonido de un par de zapatos de vestir, el movimiento era a una velocidad considerable.

No sabía cómo reaccionar ante aquella situación, solo se que lo mejor que puedo hacer ahora es callar y esperar. La tensión que se sentía de los sujetos vestidos de enfermeros se respiro apenas llegó aquella persona.

Tenía un porte imponente y misterioso, vestía todo de negro, desde la camisa de vestir, chaleco, traje y pantalón y la gabardina que le llegaba unos cuantos centímetros más arriba del tobillo. Unos guantes de cuero negros que brillaban casi igual que sus zapatos los cuales reflejaban cualquier figura como si se tratara de algún espejo, su bastón igual de negro solo tenía un detalle en plateado, y era donde posaba su mano, la cuál tenía una figura de cuervo. Su corbata roja con detalles en negro, del mismo color del interior de la gabardina.

Sin embargo que vistiera de esa manera no era lo más extraño de todo esto. Su rostro estaba cubierto por una máscara algo peculiar, a simple vista parecía una especie de ave como de esas carroñeras con un gran pico que existían en la era de los dinosaurios. Su atuendo era muy parecido al de los doctores de la época de la peste negra. Era del mismo color que todo su atuendo y sobre su cabeza reposaba un sombrero de estilo casual que iba con todo su atuendo. No se veía ni un espacio en su piel, no sabía cuál era el color de su cabello ni mucho menos el de sus ojos ya que la abertura de la máscara donde estos van estaba cubierta con cristales negros.

Aquel sujeto se dirigió justo al frente de aquel lugar, frente a la hileras de sillas y frente a nosotros que aún seguíamos de pie observando cómo se posiciona justo al frente de aquel atril de madera blanca.

Al llegar choca el bastón contra el piso, como si estuviera colocando un punto final al terminar un párrafo. Se aclaró la garganta y después de un par de segundos habló.

Pueden sentarse —lo dijo en un tono calmado y sereno, refiriéndose a quienes estábamos de pie.

Mi piel se erizo al escuchar su voz, por alguna razón pude entender la tensión que se respiraba en aquel ambiente. Sin embargo al igual que no pude distinguir ni el color de su piel, cabello u ojos, tampoco puedo distinguir su tono de voz, supongo que la máscara posee algún tipo de artefacto que le filtra la voz para que no sea fácil de reconocer.

Una voz muy grave, casi como un narrador de película de terror.

Todos se dispersaron rápidamente y se ubicaron en sus asientos, sin embargo mi cuidadora sin siquiera abrir la boca me hizo un gesto para que me sentará en las hileras de sillas que estaban al lado contrario a donde ellos se sentarían, dónde estaban el otro grupo de chicos.

Jena y yo pudimos sentarnos uno al lado del otro, pero no hablamos, solo por primera vez desde que me desperté en este lugar tomo su mano tan fuerte como si con esa acción fuera a traspasar su carne y nadie nos fuera a separar, ambos estamos mirando fijamente al frente, al igual que los otros chicos que estaban sentados en la hilera de al frente y en la nuestra. No tenemos el valor suficiente como para hacer algún tipo de contacto visual.

Siento como su mano está temblando un poco, aunque intento sostenerla firmemente es casi imposible impedir el movimiento descontrolado ya que mi pulso se encuentra tan o incluso peor que el de ella.

Puedo ver fugazmente por mi visión periférica que todos los chicos estamos aquí, ninguno falta. Es demasiada coincidencia como para que fuera por casualidad. Como es posible que...

La jaula de los gorriones -Los juegos de libertad- [En Proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora