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10 de abril de 1912

Hace una agradable mañana de primavera en la costa, un escenario con el que llevo soñando toda mi vida. Las novelas lo describen diciendo que el aire es fresco y el sol se refleja en las aguas azules, lo he imaginado mil veces en mi oscuro desván. Lo primero que he pensado esta mañana ha sido: «Por fin voy a ver el mar». Pero el mar no es azul, por lo menos tan cerca de la costa; exceptuando el inquietante tono verdoso de las olas, tiene el mismo color fangoso que la represa del molino. El puerto no es un tranquilo oasis donde una muchacha puede pasear plácidamente; hay más gente aquí que la que había ayer en las calles: hay gente pobre y gente rica, encajes delicados al lado de tejidos bastos, y un olor a sudor en el aire más penetrante que el del mar. Las personas se gritan, unas con alegría, otras con impaciencia o enojo, pero con la febril actividad cuesta diferenciar una emoción de otra. Concentrados en el agua hay tantos barcos como espacio, entre ellos nuestro transatlántico, el más grande de todos. Blanco y negro, coronado por efervescentes chimeneas rojas que rozan el cielo, es el único objeto bello de todos los que veo a mi alrededor. Es tan grande, tan elegante, tan perfecto, que cuesta creer que lo hayan creado manos humanas. Más que un barco semeja una cordillera. O por lo menos las cordilleras que describen las novelas. Tampoco he estado en una cordillera.

—Espabila, Jungkook —dice lady Suzy, que es, como no se cansa de recordar a todo el mundo, la esposa del vizconde Bae —¿O quieres quedarte en el muelle?

—No, señora —Me ha vuelto a pillar soñando despierto. Tengo suerte de que lady Suzy no arremeta contra mí como hace otras veces. Probablemente ha divisado entre el gentío a alguna de sus amigas de la alta sociedad y no quiere que la vea regañando a un sirviente en público.

—Madre, lo has olvidado —Irene, la hija mayor de los Bae, de mi edad y con un rostro tan saludable como insulso, me sonríe fugazmente —Deberías llamarlo Jeon ahora que es mi mayordomo, es más respetuoso.

—Trataré con respeto a Jungkook cuando se lo haya ganado ­-Lady Suzy me mira con desdén mientras aprieto el paso para no rezagarme. Reajusto las asas en mis manos. De una en una, las sombrereras no pesan, pero no es fácil acarrear cuatro a la vez. Este año están de moda los sombreros amplios.

—¿Aquel de allí no es HyunJoon? —pregunta Vernon, único hijo varón y heredero de la familia Bae. Es alto y delgado, casi enjuto, de hombros y codos huesudos. Mira entre la gente que nos rodea y cuando sonríela mandíbula se le cuadra —Despidiéndose de su tía, supongo. Sacando brillo a los baúles y suplicándole que le envíe postales, es repugnante cómo le hace la pelota.

—No heredará de sus padres, por lo que ha de ser atento con la familia que tiene —Irene levanta la vista hacia su hermano, sus manos, embutidas en guantes de encaje, forman un nudo a la altura de la cintura. Es tímida incluso cuando intenta defender a otra persona —No ha tenido tus privilegios.

—Aun así, no debería perder la dignidad de ese modo —insiste Vernon, ajeno, como siempre, al hecho de que él sigue a su madre como un perrito faldero. A mi lado, Tae murmura:

—Fideo -Me muerdo el labio para no reír. Es un apodo que Taehyung le puso abajo, en las dependencias del servicio: Vernon es flaco, pálido y lacio como un fideo. Durante sus años de universidad fue casi guapo; a mí me tenía encandilado hasta que tuve edad suficiente para comprender que no lo merecía. Pero la flor de la juventud se está marchitando en él mucho más deprisa de lo que lo hace en la mayoría de la gente.

—Con lo irrespetuosos que son, aún deberían dar gracias de tener un empleo —La señora Yoona, más gruñona, si cabe, de lo habitual, nos fulmina con la mirada al tiempo que tira de la pequeña Hani, la hija tardía de lady Suzy. De apenas cuatro años, Hani luce un sombrero de paja adornado con cintas que cuestan más de lo que yo gano en un año —Levanten ese ánimo ustedes dos, es un honor que los lleven en un viaje como este. Probablemente sea la experiencia más emocionante de su vida, de modo que intenten hacer bien su trabajo -«Esta no será la experiencia más emocionante de mi vida», me aseguro. No sé cómo describirás tú lo de anoche pero para mí fue muy emocionante, además, tengo planes de futuro. Planes más interesantes que cualquier vida con la que haya podido soñar Yoona. Así y todo, no debo sonreír. Pienso en los viejos retratos que cuelgan de las paredes de Moorcliffe, esos rancios antepasados con modas de otros siglos encerrados en marcos dorados. He de mantener una expresión tan serena e ilegible como la de ellos. La familia Bae y la señora Yoona no deben sospechar nada.

Tenebrosa aquaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora