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Durante toda la mañana llevo a cabo mis tareas como si estuviera sonámbulo. No presto atención al mal humor de Yoona ni a los ojos rojos de Vernon cuando al fin abandona la suite. A veces me asaltan los momentos más horribles de anoche; la brutalidad de YongGuk, Jimin transformado en lobo, pero ahora se añade a eso mi propio espanto. Desde el instante en que reconocí el alfiler de oro, he vuelto a sentirme atrapado, como anoche, solo que esta vez en el pasado. Hace cuatro años llegué a Moorcliffe acompañado de Nancy, mi hermana. Era tres años mayor que yo y todavía iba al colegio; deseaba terminar sus estudios, como yo; pero nuestro padre tenía cada vez menos trabajo en las cuadras porque los carruajes sin caballos estaban ganando popularidad y nuestra abuela iba a mudarse con nosotros, así que el dinero escaseaba. De modo que recorrimos a pie los cinco kilómetros de camino embarrado que conducían a la gran finca del vizconde Bae.
—¿De verdad que es una casa? —susurré a Nancy mientras nos dirigíamos a la puerta de atrás, destinada a sirvientes y vendedores. Moorcliffe era tan grande e imponente, con sus columnas de mármol, que pensé que se trataba de una iglesia. Quizá la gran catedral de Salisbury de la que tanto oía hablar pero no había visto —¿Estás segura?
—Sí, es la casa donde viven los Bae. Y donde tú y yo trabajaremos si tenemos suerte -Sonrió alentadoramente. La brisa le mecía los cabellos, más rubios y rizados aún que los míos y en ese momento me pareció un ángel. Nancy era unos años mayor que la mayoría de los chicos cuando entraban a trabajar de sirvientes; con mis trece años, yo tenía la edad idónea. Pero nunca dudé de que los Bae querrían a una chica tan bonita y lista como Nancy trabajando en su casa. Ambos «hablábamos como es debido» gracias a la educación que nos había dado nuestra madre y a su constante corrección de los errores que cometíamos, y nuestro acento no delataba tanto nuestro origen rural como el de nuestros vecinos. Suponía que esa era mi principal baza, aunque me asustaba entrar en semejante mansión, más que empezar a servir, me sentía seguro sabiendo que mi hermana estaba conmigo. Ignoraba que era ella la que iba a necesitar protección.
—¡No! La pequeña Hani arroja su cuchara de plata a la otra punta del cuarto, manchando el delantal de Yoona de compota de manzana. Consigo esquivar la cuchara y Hani ríe encantada. Es algo mayorcita para tales travesuras, pero nadie parece dispuesto a meterla en vereda. Lo cual es una lástima; su carácter animado podría volverse desagradable si la malcrían.
—¡Parece mentira! —La cara de Yoona se arruga como una manzana reseca —¿Por qué no pudieron traer a la niñera a este viaje?
—Porque no podían pagarle —dice Tae desde la habitación de Vernon, donde está ocupado sacando lustre a los zapatos —Tenemos suerte de dormir en un camarote, seguro que a lady Suzy no le habría importado amarrarnos a una cuerda y llevarnos hasta América a remolque.
—No quiero volver a oír ese vergonzoso rumor, Taehyung —Yoona se endereza e intenta mostrarse todo lo severa que le permiten las manchas de compota de manzana —Hay que ver las cosas que dicen algunos. Los Bae se hallan entre las familias más nobles y antiguas de Inglaterra.
—¡Y pronto se hallarán entre las más pobres! —replica Tae. Cualquier otra mañana habría tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para no reírme de su broma o de la cara de indignación de Yoona. Esta mañana me limito a seguir zurciendo los calcetines de Vernon mientras pienso, no en las tareas que tengo por delante, sino en las de mucho tiempo atrás.
Cuando llegué a Moorcliffe comencé como criado, barriendo chimeneas, golpeando alfombras, fregando suelos y demás. Nancy entró como ayudante de niñera para echar una mano con la recién nacida Hani. Ambos trabajábamos desde el alba hasta casi la medianoche siete días a la semana, con una tarde libre al mes para caminar hasta el pueblo y visitar a nuestros padres. Por lo menos nos dejaban compartir la habitación del desván, que era lo único que la hacía soportable. Estaba en la última planta de la casa, pero carecía de ventanas con bonitas vistas a los terrenos. Calurosa en verano y tan fría en invierno que el agua de la jarra que teníamos en la mesita se congelaba durante la noche; en diciembre y enero lo primero que hacíamos al despertarnos era coger una piedra y romper la capa de hielo para poder lavarnos la cara con el agua gélida que yacía debajo. La cama resultaba algo pequeña para los dos, pero habíamos compartido una igual en casa; ahora notábamos más la estrechez simplemente porque estábamos creciendo y, en mi caso, dando el estirón. En casa, por lo menos, gozábamos del lujo de rellenar el colchón con paja limpia y fresca una vez al año. A juzgar por el olor a moho, al que teníamos en Moorcliffe hacía décadas que nadie le cambiaba el relleno.
—Míralo por el lado bueno —me dijo Nancy una noche que me había echado a llorar. Había tenido que restregar los escalones de la entrada con lejía y mis manos estaban llenas de ampollas. El dolor no me molestaba tanto como el hecho de que al día siguiente tendría que restregar los escalones de atrás, con lo que me saldrían aún más ampollas —Aquí no tenemos que escuchar los constantes sermones de papá.
—No eran tan horribles —Pero no lo digo en serio. Desde que nuestro hermano menor falleciera de gripe unos años antes, nuestro padre se había vuelto muy religioso. Ya no éramos unos niños traviesos, sino malvados o pecadores. Resultaba duro estar oyendo constantemente que eras un pecador, pero también lo era notar la piel de las manos agrietada a causa de la lejía.
—Estamos ganando dinero para enviárselo a mamá —dijo acariciándome el pelo. La luz de la vela parpadeó y difuminó la silueta de su mano dibujada en la pared —Y aquí tendremos oportunidades de prosperar, ¿sabes? De mejorar nuestra posición.
—Si trabajo mucho puede que un día me hagan jefe de servidumbre. Así llevaría un uniforme algo menos ridículo y en lugar de abrasarme yo las manos haría que se las abrasaran los pobres sirvientes a mi mando -No me parecía tan fantástico.
—No me refiero a eso —Nancy me arropó un poco más con la delgada manta, como si el frío fuera mi mayor problema —Hablo de oportunidades en general, nada más -Tendría que haberle preguntado a qué se refería exactamente, pero no lo hice.
—¡Con cuidado! —me espeta Yoona mientras repaso con la aguja la manga de encaje del vestido que lady Suzy lució anoche. En realidad es tarea de Yoona, pero está ocupada sustituyendo a la niñera y forcejando con Hani —Lo más seguro es que lo examine en cuanto regrese a la suite -Soy mejor sastre que Yoona, y ella lo sabe, pero la verdad es que me tiemblan los dedos, y tengo que esforzarme mucho para que las costuras me salgan derechas. Trato de concentrarme únicamente en el encaje y en la aguja que sostienen mis dedos. Necesito dormir. Necesito una comida decente. Necesito sentirme seguro con respecto a YongGuk. Necesito saber qué quiere la Hermandad. Necesito que Jimin... sea quien nunca podrá ser. Necesito regresar al pasado, prevenir a Nancy. Las cosas que necesito no puedo tenerlas.
Cuando comenzó, hace poco más de dos años, creía que Nancy estaba simplemente enferma; no era de extrañar teniendo en cuenta el frío de aquel invierno y la gélida temperatura del desván. Casi todas las mañanas vomitaba el desayuno, me despertaba el sonido de sus arcadas sobre el lavamanos.
—Díselo a Joy —le instaba mientras le sostenía el pelo —Ella no es tan mala como Yoona. Te guardará algo más suave para la cena, caldo de pollo, por ejemplo.
—Ni se te ocurra contárselo —replicaba —No se lo cuentes a nadie, Jungkook. A nadie -Gozábamos de tan poca intimidad con nuestro pequeño cuarto y nuestro único orinal que debería haberlo sospechado antes, pero no fue hasta la primavera, hasta la mañana que advertí que el uniforme de Nancy estaba empezando a tirarle por la cintura, cuando comprendí la verdad.
—Dios mío —dije mirándola de hito en hito. Al principio no me entendió, pero al ver mi cara de espanto se apresuró a ponerse el delantal. Ya era tarde —Nancy, ¿no estarás...? ¿Vas... vas a tener un bebé?
—¡No se lo digas a nadie! —susurró.
—No lo haré, pero si yo puedo verlo los demás también podrán. Yoona lo verá, tarde o temprano todos lo verán. ¿Y qué esperaba hacer cuando lo tuviera? -Se dejó caer en una esquina de la cama. Nunca olvidaré la enorme desolación reflejada en sus ojos.
—Tenemos que mantenerlo en secreto el tiempo que podamos. Sé que no falta mucho, pero tienes que ayudarme, Jungkook. Por favor -Yo sabía cómo se quedaba embarazada una mujer; no puedes crecer rodeada de granjas sin reparar en lo que hacen los carneros y las ovejas. No obstante, era incapaz de imaginar quién era el padre. Se nos disuadía de tener «pretendientes», y con solo una tarde libre al mes, que pasábamos en casa de nuestros padres, ¿de dónde sacaba Nancy el tiempo para verse con alguien? La respuesta llegó al instante.
—Es alguien de aquí, de Moorcliffe. El padre, quiero decir. ¿Es Tae? -Prácticamente era el único hombre joven que conocía ella, además de mí, y siempre se mostraba amable con nosotros. ¿Acaso era más que amable con Nancy? En ningún momento había sospechado que hubiera algo entre ellos, claro que tampoco había sospechado que mi hermana no fuera virgen.
—No es Taehyung —replicó con vehemencia —No seas bobo.
—¿MinHo? —Era el segundo mayordomo y un hombre apuesto, aunque unos años mayor que Nancy.
—No -Me devané los sesos. Moorcliffe tenía cerca de cuarenta sirvientes, la mayoría hombres, por lo que la lista de sospechosos era bastante larga. El chófer siempre nos estaba guiñando el ojo.
—¿Es Yugyeom?
—¡No! Por Dios, Jungkook, ¿crees que me he acostado con media casa?
—No lo decía por eso, Nancy. Pero creo que quienquiera que sea el padre tiene el deber de ayudarte.
—No lo hará —Posó una mano sobre el suave abultamiento de su barriga —Ya se lo he pedido, y varias veces. Si desvelo su nombre, lo negará todo y me odiará tanto que no habrá ninguna posibilidad de que este bebé... Lo negará todo. Por tanto, nunca desvelaré su nombre, ni a ti ni a nadie —Por la forma en que lo dijo supe que así sería. Rompí a llorar.
—¿Qué piensas hacer?
—No lo sé —Apoyó la cabeza en la palma de su mano —No lo sé –Yoona lo descubrió dos semanas más tarde. Llamó zorra y desvergonzada a Nancy y, por supuesto, fue directamente a lady Suzy con la información. Lady Suzy hizo lo que cualquier dama cristiana habría hecho tras saber que una de sus sirvientas solteras estaba embarazada. La expulsó de la casa ese mismo día con solo una parte del salario que le correspondía. Llorando, la vi alejarse por el largo camino que arrancaba por detrás de la casa, hasta que Yoona me dio un sopapo y me ordenó que volviera al trabajo. Sabía que la posibilidad de que Nancy regresara a casa de nuestros padres estaba descartada. En cuanto mi padre supiera que se había quedado embarazada fuera del matrimonio, le escupiría insultos aún peores que los de Yoona y la echaría de casa aún más deprisa que lady Suzy. Mi siguiente tarde libre, en lugar de ir a mi casa, la busqué por todo el pueblo. Ella había empleado las pocas monedas que poseía en alquilar un cuarto en una pensión de dudosa reputación; cuando nos vimos, estaba tan hinchada, pálida y cansada que me eché a llorar al instante. Cuando me calmé, me tendió un pañuelo lleno de zurcidos con algo pesado dentro —Tu próxima tarde libre no vengas aquí. Necesito que vayas a Salisbury -En mi vida había estado en un lugar tan grande. Ni tan lejos. ¡Puede que hubiera ocho kilómetros!
—¿Qué quieres que haga allí?
—Empeñar esto -Abrió el pañuelo y me mostró un elaborado alfiler de oro. Ahogué un grito.
—Nancy, no... no lo robaste, ¿verdad?
—¡No soy una ladrona!
—No te lo reprocharía si lo fueras —dije, y eso pareció calmarla. Pero insistió.
—No lo robé, me lo dieron, y ahora necesito el dinero. Creo que vale mucho.
—Lo haré —dije —Te lo prometo. Probablemente el prestamista me engañó, pero me dio quince libras, una cantidad que no había visto junta en toda mi vida. Ese dinero sirvió para mantener a Nancy, y al pequeño Hansol cuando nació, hasta que se casó con Yoongi, el carnicero, a principios de este año. Yoongi es un buen hombre; de hecho, trata a Hansol como si fuera su propio hijo; de modo que Nancy está bien, me digo mientras termino de repasar la manga de lady Suzy. Y puede que sí robara el alfiler, yo siempre lo creí así. Pero si estaba guardado en esa caja, significa que Nancy necesitó la llave para llegar hasta él. Nadie da a una ayudanta de niñera una llave como esa. Por tanto, ella no pudo robarlo. Alguien tuvo que darle el alfiler, tal como me dijo. Solo dos hombres habrían tenido la oportunidad de dárselo. Uno es el vizconde Bae, pero pasó en Londres todo el invierno, sin mencionar que está tan gordo que apenas tiene fuerzas para subir escaleras y aún menos para correr detrás de las muchachas. El otro... Extiendo cuidadosamente el vestido para que Yoona lo examine y me cuelo en la habitación de Vernon. Si alguien me pregunta qué hago aquí, diré que necesito betún negro. En cualquier caso, Yoona está ocupada persiguiendo a Hani, y Tae está haciendo un recado, por lo que dispongo de unos instantes a solas. Sobre el escritorio hay un paquete de tarjetas de visita de Vernon. Bajo la vista y leo BAE HANSOL VERNON. Sospechaba que ese era su nombre completo, pero nunca había tenido la oportunidad de comprobarlo; mi trabajo de mayordomo me tiene siempre atareado con las cosas de Irene. En mis tiempos de criado apenas tenía trato con la familia. Yoona hasta nos obligaba a utilizar la vieja y desvencijada escalera de atrás para que los Bae no tuvieran que ver muestra alguna de nuestra existencia, como si su casa se mantuviera limpia por arte de magia. Pero Nancy, como ayudante de niñera, habría estado cerca de la familia en todo momento. Vernon debía de pasar a menudo a ver a su hermana cuando no era más que un precioso bebé al que mecer un ratito antes de pasárselo a otra persona para que lo atendiera. Entonces estaba más guapo, bebía menos, tal vez se mostró encantador con ella, tal vez le hizo promesas. Fuera como fuese, ahora lo sé. Vernon es el padre, los Bae no echaron a Nancy solo por haberse quedado embarazada; la echaron por haberse quedado embarazada de Vernon; por ser la madre de su nieto. Siempre he sabido que la familia Bae fue tremendamente cruel con ella; ahora también sé que son tremendamente hipócritas. La sangre me hierve de rabia, se me agolpa en los puños y me aporrea las sienes. Y pensar que crecí pensando que era la familia más noble en varios kilómetros a la redonda... malditos canallas. He pasado los últimos cuatro años de mi vida fregando suelos y lavando ropa para unas personas que valen menos que un perro. La puerta del dormitorio se abre e intento serenarme antes de que Tae o Yoona me vean, pero cuando me doy la vuelta veo a Vernon. Acompañado de YongGuk.

Tenebrosa aquaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora