xliii. if it rises fast...

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No debían ser más de las siete u ocho de la mañana cuando Margaery se despertó a raíz de una pesadilla

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No debían ser más de las siete u ocho de la mañana cuando Margaery se despertó a raíz de una pesadilla

Ninguna de las chicas había despertado aún y los rayos de sol no entraban plenamente por la ventana. Se calzó, agarró una de sus batas y salió de la habitación sin hacer ruido. Margaery caminó por los pasillos desiertos de la mansión Black, admirando los cuadros durmientes de distintos miembros de la casa Black (incluido uno de la reina Leah), hasta que su caminata la llevó al salón. El salón era exquisito, con grandes ventanales que daban a la calle frente a la casa, una gran chimenea flanqueada por dos gabinetes adornados con fachada de cristal y una pared entera cubierta con un tapiz del árbol genealógico Black.

Margaery también notó la presencia de alguien más. Alguno de sus compañeros de casa debía tener los mismos problemas que ella. Cuando descubrió quien era, su estómago se contorsionó y combatió, en vano, las ganas de acercarse. Margaery puso sus manos en los hombros contrarios. Andrew respiró cuando las sintió.

—¿No podías dormir? —preguntó Margaery, en voz baja.

Andrew la miró.

—¿Qué haces despierta? —el chico ignoró la pregunta de Margaery.

—Te hice una pregunta —lo regañó ella.

Margaery vió el atisbo de una sonrisa.

—No, no podía —respondió Andrew, girándose para mirarla—. Ahora responde mi pregunta.

—No podía dormir —contestó ella, levantando los hombros.

Margaery se sentó en el sillón, a un lado de Andrew y tan cerca de él que casi estaba sentada sobre él.

—¿Por? —preguntó Andrew.

Su mente volvió al sueño que había tenido. Con él. Con Andrew. El mismo Andrew que tenía ahora enfrente. El que tenía su mano derecha agarrada con tanto amor. 

—No lo sé —terminó por responder—. ¿Y tu?

—Mentirosa —acusó Andrew—. Te molesta algo.

Margaery rió, o al menos lo intentó.

—No —negó—. No me... —se frenó a mitad de la oración.

—¿Lo ves? ¿Qué pasa? —lo preguntó con tanta dulzura que Margaery se creyó capaz de derretirse.

—Nada —repitió—. Yo te pregunte algo primero y no respondiste.

—Solo no podía dormir —dijo Andrew, sonriendo levemente—. Si tu me vas a mentir entonces supongo que no hay inconveniente en que yo lo haga también.

Margaery lo quiso golpear. Y así lo hizo. Juguetona y suavemente pero lo hizo. El chico la inmovilizó y la atrajo hacia él, haciéndola reír.

—Sh —Andrew puso una mano en la boca de Margaery, restringiendo cualquier ruido que saliera de ella—,  vas a despertar a todos.

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