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Llegó un punto en que las piernas de Margaery le ardían de tanto correr.
Si Andrew y Aemmond la seguían persiguiendo, entonces era muy posible que se hubieran dado cuenta de su paradero con la explosión luego de haber liberado a los caballeros. Sin importarle cuanto pesaba Excalibur en su mano o lo que sea que haya dejado atrás, Margaery siguió aquel delimitado sendero por lo que pareció una eternidad sin siquiera pensar en parar.
Suponía que era la adrenalina y el miedo. No quería volver a Camelot. Era una jaula de oro para cada pájaro que cometiera el error de entrar. Sí, estaría más segura, tendría comida, un hogar, su familia. Pero, ¿y qué de su libertad? ¿Qué de la única cosa que la hacía ser ella?
Ese era su lugar, decretó Margaery. Podía ser libre donde nadie la conociera. Brocéliande era demasiado peligroso, demasiado cercano a la sociedad, pero podría seguir caminando hasta salir del bosque y de ahí al puerto, para tomar un barco hacia otro lugar. Quizás los países nórdicos, quizás Canada, quizás Argentina. No lo sabía aún, pero lo haría muy pronto.
A Margaery todo le parecía irreal, como si se tratara de una excursión por placer, similar a la que había tenido con Andrew dos años atrás.Como si fuera de pícnic y tuviera que asegurarse de regresar a tiempo para la mortadela frita y el toque de queda. Pero no. Después del bosque seguiría alejándose cada vez más y su vida se vería reducida a la supervivencia más básica. ¿Cómo comería? ¿Dónde viviría? ¿Y qué narices haría el resto del tiempo, cuando los retos de obtener comida y refugio estuvieran cubiertos? ¿A qué se podía aspirar cuando descartabas la riqueza, la fama y el poder? ¿Acaso el objetivo de la supervivencia era seguir sobreviviendo y nada más?
Unas nubes oscuras y preñadas de agua aparecieron en el cielo y le dieron un respiro del sol brutal, aunque también contribuyeron al agobio de Margaery. Aquella era su nueva vida: quedar a expensas del clima. Elemental. Como los animales. Sabía que le habría resultado más sencillo de no ser una persona tan excepcional. El exponente más perfecto de las cotas que podía alcanzar la humanidad. De haber sido una persona inútil y estúpida, la pérdida de la civilización no le habría afectado de ese modo. Se habría adaptado sin pestañear. Unas gotas de lluvia gordas y frías empezaron a caerle encima y le dejaban marcas húmedas en el vestido.
Sintió unos escalofríos recorrerle la espalda y miró a su alrededor. No había nadie. La única cosa que se veía a la lejanía eran árboles y una pequeña casucha que debía tener siglos de antigüedad. Ni siquiera los pavos reales, que abundaban en el bosque, parecían querer salir de sus respectivos escondites.
No parecía haber más casas cerca y la sorprendió bastante que hubiera siquiera una, pero, en contra de sus creencias y de toda lógica, estaba habitada. Margaery podía ver perfectamente el humo saliendo por la chimenea del tejado. Probablemente, el último tejado que vería hasta que construyera uno ella misma. ¿Y cómo se construía un tejado? Esa pregunta no había entrado en ningún examen que hubiese tomado.