Capitulo III: La triple alianza.

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                                                                            La Proeza del Zafiro


Los gritos desesperantes de los niños Targaryen, alertaron a los guardias dorados, estos se dirigieron hasta donde se encontraba el bullicio, cuando irrumpieron en el pasillo de los verdes, el príncipe Aemond, tenía su oscura daga colocada peligrosamente en el fino cuello de su hermano mayor, la princesa Helaena y el pequeño príncipe Daeron, lloraban con impotencia, mientras le suplicaban al príncipe tuerto que se detuviera, que por favor no lo hiciera.

La reina Alicent no podía creer lo que estaba presenciando, actuó con rapidez ya que cada segundo era decisivo, la mujer tomó con rudeza los hombros de su hijo, y obligó al niño a mirarla al rostro, la reina estaba dividida entre su furia y la decepción.

Con un golpe seco, la consorte arrojó a su tercer vástago al suelo, lejos de su primogénito. —Madre por favor no lo hagas—la niña de cabellos plateados quiso interponerse entre su madre y su hermano.

—Ahora no. Mi dulce niña—habló fuerte y claro la reina Hightower. Haciendo retroceder a la princesa.

—Aemond está loco, me agredió, sin motivo—se adelantó el príncipe Aegon, resguardandose de la futura acusación de sus hermanos, pretendiendo así, evitar el castigo que le sería impuesto por su propia madre.

—Quítate la máscara, muéstrate tal cual eres... maldito engendro, dile a nuestra madre lo que pensabas hacer—vociferó el príncipe Aemond, con palabras llenas de violencia.

—La bestia coronada morirá sin herederos—el suave vocablo de la princesa, interrumpió a su hermano. La niña tenía los ojos bañados en agua salada, su pequeña nariz enrojecida, tan pálida y cohibida, la infante estaba metida dentro de su propia mente, ella hablaba en acertijos subliminales, aquel mensaje venía desde su interior. Los mestres y sus padres tenían oídos, y aun así nunca la escuchaban...

La reina verde, observó con suplicio a su única hija. Era tan grande el lamento que se reflejaba en los ojos de la mujer Hightower, por no poder ser capaz de ayudar y comprender, a la niña, quien era la única luz de su vida.

—Madre —chilló el príncipe Daeron.

—Jamás lo permitiré, antes de que tú...—Aemond no podía pronunciar palabra alguna en ese momento. Solo pudo buscar los ojos lilas de su hermana para así armarse de valor y poder hacer el más grande de los juramentos—Si tú la lastimas, te asesinare, juro por Los Siete, que yo los asesinaré a todos...

La reina Alicent observó horrorizada a su tercer vástago y supo que aquella ofensa no podía ser ignorada, era necesario un castigo ejemplar.

El interminable e insufrible sonido del azote, flagelando su lomo infantil, solo podía ser eclipsado, por las notables manchas carmesí, que delineaban su piel de luna.

Diez fueron los latigazos, que dictaminó la reina verde.

El joven príncipe Aemond no lloró, ni siquiera se inmuto ante el dolor, su orgullo era más violento que el padecimiento que sufría su carne. La mirada del rebelde Niño, solo se posó en su hermana, la niña de rostro pecoso, tenía los ojos llenos de agua de mar, y con ambas manos cubría sus labios y mentón, ella estaba intentando inútilmente ocultar su dolor.

Helaena sufría por él.

La madre de los príncipes ordenó que llevasen a Aemond, a sus aposentos y que el gran mestre Mellos atienda sus heridas.Su hermano quiso seguirlos, pero la reina Hightower lo impidió.

—No—habló la mujer—Aegon es tu prometido. No Aemond.

Helaena agacho la cabeza.

—Madre—el más pequeño de los verdes por fin consiguió llamar la atención de la reina—Aegon lastimó el brazo de Helaena.

La reina revisó a su hija, en la pálida piel de la niña se había dibujado un hematoma violeta con la forma de los dedos largos del príncipe.

Los ojos furiosos de la consorte buscaron el rostro de su primogénito. El mayor de sus hijos solo tragó saliva y corrió la mirada.

—¿Fue Aegon quien hizo esto?—le preguntó a su dulce chiquilla.

—Si...

—Solo fue accidente, madre, tienes que creerme, no fue mi intención—se quiso excusar el príncipe.

—Tu guarda silencio. No es a ti a quien quiero escuchar ahora—la reina hizo callar a su hijo. Y volvió a centrar toda su atención en su niña.—Ahora dime Helaena... ¿Por qué Aegon hizo esto? ¿Qué fue lo que ocurrió aquí?—indago con suavidad en la voz a su joven hija.

—Aegon... me ordenó ir a sus aposentos y yo me negué a hacerlo, él sujetó mi brazo con descortesía e intentó llevarme a la fuerza... Aemond y Daeron... ellos dos me protegieron, madre—fue la respuesta de la princesa Targaryen.

La reina verde fulminó con sus ojos a su primogénito...

—Madre... Aegon golpeó a Aemond y luego a mi—mintió el príncipe Daeron, y le enseñó a su madre, el hematoma violeta que estaba dibujado en su piel, el niño era audaz y poseía un talento nato para manipular.

—Mienten... pequeñas mierdillas... Digan la verdad—la voz del príncipe Aegon, se elevó con furia por todo el pasillo de los verdes, y de sus ojos se reflejaba la rabia, al comprender la triple alianza que se había formado entre los tres hermanos menores.

La reina Hightower, se impulso en dirección de su hijo, y el mayor de los niños Targaryen, solo pudo cerrar sus ojos. El joven recibió una fuerte bofetada, que quedaría marcada en su mejilla, por varias puestas de sol.

—No te quiero cerca de tu hermana—le habló con autoridad la reina consorte—Ella no es una sirvienta, a la que puedas molestar a tu antojo. Helaena es una princesa de Sangre Valyria. Merece ser respetada. Ella es tu futura esposa y reina consorte, ella será la madre de tus hijos, tus herederos. No vuelvas a intentar deshonrarla. Ahora ve a tus aposentos. Estarás confinado allí, hasta que yo lo diga.

Aegon sólo obedeció y se marchó en silencio.

—Sir Criston—habló la reina—A partir de mañana, usted estará a cargo de la seguridad e integridad de la princesa Helaena, debe proteger su virtud, en especial de Aegon y Aemond, ellos dos están entrando a esa repulsiva edad, en la que la curiosidad y la lujuria, hará que cometan errores y también pecados. No importa cuánto tiempo les haya dedicado, a inculcarles los grandes valores que conllevan a la decencia, el deber y el sacrificio, ellos dos no dejan de ser príncipes Targaryen. Y todos podemos jactarnos de cuán antinaturales pueden ser las costumbres de sus antepasados.

Sir Criston escuchó en silencio a su reina, y posó su mirada en la joven princesa Helaena.

La niña de ojos lilas sostenía la mano de su pequeño hermano, el príncipe Daeron.

Ambos niños eran inseparables... 


                                                                                               

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