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Canadá siempre a pensado que Argentina tiene algo especial: su piel. Su hermosa piel celestina con toques blancos, y ese Sol en el centro. Es un chico perfecto ante sus ojos. Hay veces que Canadá, luego de tan sólo un día de relación, toma con delicadeza el brazo de Argentina y acaricia las venas que sobresalen. Argentina vio esto como un gesto tierno, hasta que sus toques se volvieron casi diarios. Canadá comenzó a tocar más partes de su cuerpo, incluso si le gustara o no, él lo tocaba. La zona más afectada fue su cuello, Canadá lo apretaba con fuerza hasta dejar sus dedos marcados, luego, acercaba sus colmillos y lo marcaba por varios días.
A Argentina ya no le gustaba Canadá, su relación se fue pudriendo con el paso del tiempo, pero aquel país rojizo se volvía cada vez más obsesivo y violento. Llegando a aparecer en su madrugada en su casa para tocarlo. Era asqueroso, y la sensación fue tan repugnante que Argentina terminó vomitando al recordarlo. Igual que ahora, en este instante, Argentina se encuentra vomitando en el retrete de su baño. El vómito es amarillento combinado con un rojo macabro. Argentina no lo entiende.
—¡Argie!— se escucha un grito alegre en la sala. Argentina ni le presta atención, ya sabe que es Canadá. Está demasiado concentrado en el latente dolor de su garganta, el vómito no para de salir y se siente a punto de desgarrarse.
Antes de poder sacar su cabeza del retrete, escucha como la puerta del baño es pateada violentamente. Argentina no le da importancia, ya conoce esos golpes.
—¿Qué pasa, honey?— preguntó con un tono inocente, pero Argentina sabía que no era así.
—Na-nada...—respondió con su voz quebrada, costando que pudieran salir correctamente sus palabras.
—Honey, tell me.— ordena el canadiense. Argentina lo observa y termina cayendo en la trampa.
—Y-yo...no sé...
—Didn't you like the little pieces of glass I put in your food?
