Dar lo mejor de sí

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Riley Fisher

—¿Cualquier emergencia, amenaza o señal de peligro? No dude en llamarme, estoy siempre afuera del pasillo, de acuerdo.

—Entendido.

—Ya conocerá el horario, ¿puede decírmelo, por favor?

—De siete a ocho, le sirvo desayuno, a las ocho el antidepresivo, preferencia en agua tibia, de ocho y media a diez suele hacer ejercicio en el gimnasio así que no debo interrumpirlo, de diez a once y media de la mañana, sus revisiones médicas, de once y media a la una, la cita con el psicólogo, a la una en punto sirvo el almuerzo, de dos y media a seis sus terapias y con la eso finalizaría el día.

El señor Crowley me vio con una gran sonrisa de orgullo. —Impresionante señorita Fisher, veo que si se lo tomo en serio el trabajo, le felicito, es la segunda voluntaria del joven Wolmer en estar preparada.

Sonreí.

En realidad, ayer tenía planeado lanzarme a dormir en cuando me despedí de Rory, pero antes de acostarme, le escribí a mi prima como me había ido mi segundo día, ella me contó que le había pasado lo mismo, aunque ahora tenía que prepararme mental y físicamente para el reto que estaba por llegar.

De ahí salió el tema a del horario, advirtiéndome que tenía que aprendérmelo para mañana, eso me quitaría un peso más de encima si lo hacía.

Tuvo razón.

—Señorita Fisher, sobre su pago...— acorte su frase antes de que continuara.

—No será necesario— el hombre me frunce el ceño confundido a lo que me aclaré. —Hago esto por voluntad propia, no quiero ningún trato especial de los de demás voluntarios, claro que me esforzaría por dar mis mejores servicios como voluntaria, pero solo lo haría por el placer de ayudar a otra persona, no por esperar una recompensa. ¿Comprende?

Sé que a través del cristal de sus gafas, sus ojos demostraron asombro, era de esperarse, no es que como si conocieras cada día a una o un joven que rechace semejante cantidad de dinero, por solo cuidar a una persona.

Que les digo.

"El dinero no lo es todo"

Como usted guste señorita Fisher— me dejo el paso y yo continué sola.
Para entrar obteniendo la misma imagen que la de ayer.

Un chico de gafas oscuras cansado de existir, tirando todo su cuerpo en el mismo sofá cama, con esa mueca que creaba en sus labios. —Bienvenida parasitó.

Di un suspiro suave, tragándome mis insultos y cambiándolas por mi mejor actitud. —Me llamo Riley, Neytan, creo que ya te lo sabes muy bien como para que te deba corregir.

Dio una risa burlesca y se paró de su asiento. —Supongo que ya leíste el contrato, que estúpida e inocentemente firmaste.— se acerco hasta un barandal que nos separaba a los dos —Veo que no sabes en qué te has metido aún. Así que te daré una última advertencia...— recostó sus brazos sobre este dándole la posibilidad de un apoyo y mover su cuerpo hacía adelante —...vete.

—Eso tú no lo decides Neytan, pero te agradezco la sugerencia.

Se encogió de hombros, para poner su postura aterradoramente intimidante y de sus labios esa misma voz ronca y brusca con la que me habló ayer cuando se enojo. —Correcto, te dire ahora mis reglas, parasitó.

Me quedé confundida.

¿Más reglas?

—N-Neytan que...— tartamudeó al fracasar en mostrarme segura y fuerte.

—¡den Mund halten!/¡Cierra la boca!
No le entendí, pero de alguna forma, el tono en la que me dirigió... me erizo la piel.

No obtuvo de mi parte ningún sonido de mi boca, por lo que continuó.
—Ahora que ya sabes quien soy, me llamaras por mi apellido, no eres nadie para faltarme el respeto. Tienes prohibido entrar a mi habitación, con tres toques te estaré oyendo. El silencio lo rompes solo para llamarme al desayuno, almuerzo, meriendo u alguna parte que tenga que realizar de mi horario. No quiero tu lastima, apoyo, ánimos o tus baratos presentes.
Detesto el contacto así que mantente lo más lejos de mí.
Nada de hablar, ni ruido, se prácticamente fantasma. ¡Y...!— se tomó la frente frustrado. —¡No quiero ningún maldito color puesto en ti!

Color.

Abrí lo ojos como platos.

Y entonces me miré a mi misma.

No me había percatado de mi atuendo. No...

Trague duro y todo mi cuerpo tembló como gelatina. Neytan solo dio una risa nasal pasando su mano de la frente por su cabello. —Recuerdas... Recuerdas cuando te asustaste por que tire el plato... Bueno...
Lo hice por que tu voz ya me empezaba a sonar irritante, ya tengo suficiente con mis ojos para que me vengan a joder los oídos. Ahora con eso imagínate lo que te espera.

Sus palabras convierten mi voz en un hilo, suave y casi susurrando, pude apenas decir. —E-Era suficiente con pedir amablemente que me callara.

—¿A mi me vendrás a decir que tengo que hacer?— se río sin mostrar nada de gracia en ella. —Esto será divertido— se dio la vuelta para irse a su habitación, sin dar ninguna mención de disgusto o enojo por mi atuendo, pues si el rojo para él se le consideraba un color, me hubiera mandado al diablo, sorpresivamente no lo hizo.

¿Qué pasó?

Escuchando la puerta de su habitación cerrase, la respiración volvió de impacto.

Tenía que controlarme, desde ahora debo dar lo mejor de mí.

RojoAzul Donde viven las historias. Descúbrelo ahora