5. Realidades

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2 lunas después de la muerte de Lady Laena

Alicent cerró los ojos sin ver a nadie, sentía un horrible dolor de cabeza, y este aumentaban al sentir la mirada de Daemon sobre ella, sabía que no debió haberle dejado con la palabra en la boca, pero ahora era demasiado tarde para retractarse o disculparse.

—Alicent —dijo de pronto el Rey, algo raro en él—. Puedo saber si pronto habrá un heredero para Harrenhal.

La mujer apretó los puños, su primo parecía no entender el cómo la humillaba al tratar de esos temas con toda la gente presente. Pero Alicent era un hueso duro de roer, y no pensaba poner expresiones que delataran sus pensamientos.

—Me temo que no, majestad. Aunque mi esposo y yo rezamos por ser bendecidos con un varón.

—Eso espero, Alicent, ya que Lyonel y yo hemos estado hablando de esto, y consideramos que un heredero es necesario.

Alicent apretó la copa intentando contener su rabia.

—Claro, majestad, todos necesitamos un heredero varón —afirmó la pelirroja con una sonrisa falsa.

La cena continuó luego de esa tensa conversación. Alysanne se retiró más temprano de la mesa recibiendo las órdenes de su madre. Sir Harwin parecía enfrascado en una conversación con la princesa Rhaenyra, por lo que Alicent observó fijamente la copa.

El Rey se retiró más temprano de lo habitual, pero la mujer no se quejó, eso significaba que podía retirarse en cuanto el hombre saliera de la habitación.

Pero antes de poder hacerlo, Rhaenyra habló:

—Tía, me gustaría que te quedarás un poco más de tiempo, para poder charlar.

Alicent, que se había puesto de pie, se sentó lentamente.

—Me temo, sobrina, que mañana tengo que despertar temprano, por lo que debo retirarme.

—¿Temprano, para rezar a esos falsos de los siete? —se burló en voz baja Daemon.

—Agradezco su suposición, príncipe Daemon —dijo Alicent en voz alta—. Pero hay gente que se hace responsable de sus hijas, por lo que debo madrugar para poder...

Pero el restó de la frase quedó ahogada cuando Daemon se levantó logrando que su silla cayera con un estruendo.

Alicent se levantó, pero su primo era más alto que ella, por lo que quedaron cabeza a barbilla.

—¿Puedo saber a qué se refiere, Alicent?

—A nada, príncipe Daemon —aseguró la mujer remarcando la penúltima palabra.

—Pues a mí me parece que sí.

—Solo digo que hay personas que no se preocupan por sus hijos, ahora sí usted se sintió identificado no es culpa mía, ya que fue un comentario.

Alicent sonrió falsamente, no iba a olvidar las humillaciones de Daemon.

El príncipe avanzó enfurecido, por lo que Harwin interrumpió.

—Creo que es hora de que vayamos a dormir, esposa.

Alicent volteó a verlo, su esposo permanecía cómodamente sentado, indicando que él no se iba a mover.

Seduciendo a un canallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora