Capitulo 2

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¡Ese hombre era mortal! Imposible que fuese el fanático de las matemáticas que había conseguido que las aprobara años atrás.

-Perdona mis modales. Por favor, entra.

-Gracias.

Annie abrió la puerta de rejilla y Poncho, pasando por delante de ella, entró en el cuarto de estar.

-¿Te apetece beber algo? ¿Un café, limonada?

Poncho se volvió y la miró.

-¿Haces una limonada tan buena como la de tu madre?

Annie contuvo la respiración.

-¿Cuándo has tomado la limonada de mi madre?

Poncho avanzó un paso, llegó hasta ella y, poniéndole un dedo en la barbilla, le alzó el rostro.

-No te acuerdas de mí, ¿verdad, ángel? Estoy desolado.

La soltó y retrocedió unos pasos.

Miró fijamente ese rostro masculino, el bien formado cuerpo y siguió sin ver ningún parecido entre ese Poncho y el que conociera hacía años.

-Conocía a un Alfonso Herrera que solía pasar los veranos con Grandee, pero... -¿cómo podría decírselo sin ofenderle?-. No era la clase de chico a quienes le gustan las motos y las chaquetas de cuero.

-Y tú no eras la clase de chica que se ajusta al estereotipo de maestra, Annie.

Le dolía cuando su hermana se lo decía, pero oírselo decir a un hombre tan atractivo era descorazonador.

-Siempre he querido ser maestra. Por eso era tan importante para mí aprobar las matemáticas, quería ir a la universidad.

-Vaya, así que te acuerdas de mí, ¿eh?

-Entonces... ¿eres ese Poncho?

-Sí, el mismo.

Annie consiguió no quedarse con la boca abierta. Conocía el cuento del patito feo, pero nunca había visto que ocurriese en la realidad. Sólo sufrían metamorfosis las mariposas.

-¿Podría tomar limonada?

-Sí, claro.

Annie entró apresuradamente en la cocina, sirvió dos vasos de limonada, y se volvió para regresar al cuarto de estar.

Poncho estaba apoyado contra el marco de la puerta cruzado de brazos y un pie cruzado sobre el otro. De nuevo, a Annie le impresionó lo guapo que era. Estuvo a punto de dejar caer la limonada, pero Poncho avanzó hacia ella y le tomó los vasos.

-Yo los llevaré.

Poncho se hizo a un lado y le cedió el paso.

En el cuarto de estar, Annie recogió los trabajos de sus alumnos que había estado corrigiendo y los dejó en un extremo de la mesa. Poncho se sentó en el sofá con tapicería de flores. Annie se sentó en un sillón.

Mientras bebía despacio, miró a Poncho y se preguntó si habría ido a pedir disculpas o si el motivo de su visita era otro.

Poncho probó la limonada.

-Tan buena como la de tu madre. ¿Cómo están tus padres y tu hermana? Se llama Magnolia, ¿no?

-Sí. Están todos bien.

«Cuando Maggie te vea le va a dar un ataque. Tampoco se lo va a creer».

Annie puso el vaso encima de la mesa y pensó en qué podía decir.

La Boda De Sus SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora