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Existe el placer egoísta,

Aquel que marchita.

Nací de su impotente alarido.

Por mi sangre corren coquíes,

Si me cortas brotan de mí como ciempiés,

Buscan ciertas tradiciones,

Se comen su elemento. 

Deslumbro tus sombras y me agito en tus males,

Contengo tu honra y desvío tus perversos anhelos,

Mi cuerpo, el templo, de todos tus fallos.

Nace de mi vientre

La excusa del hombre,

La desfloración vestida de amor.

La impotente necesidad de querer,

El desconsuelo de romper.

Muere conmigo su umbría,

Su sagrada insolencia. 

El que deshonra,

Que pierda el orgullo.

Que mueran las ganas de desgraciar lo que no es suyo.

Que el testigo jamás olvide mi estampido. 

Que mi manantial me bañe en oro y mis huellas jamás revelen la intención de mi camino.

Bendigo a mis hijos con mi alarido,

Sirviendo mi presencia entre el caos vivido,

Les sirvo como madre y protectora,

Eterna salvadora a tu favorable voluntad,

Pinten con sus talentos mi camino

Para convertirme en cazadora.

Descubran libremente qué hacer con lo sufrido,

No permitan que lo recorrido los mantenga contenidos.

Si el tejido se quiebra y ocurre tu despido

Maldito sea el día en que tu bullicio 

Deje de dibujar tu destino.

La rabia no lo es todo,

Pero es lo único que tengo,

Lo que me queda de mis hijos,

Siempre lloro, mis hijos.

Con los pies al revés Donde viven las historias. Descúbrelo ahora