¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
★ DISCORDIA ; c0sm1city vii. la traicion ya no es tan divertida ─
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
A pesar de lo que todos podrían pensar, el inframundo no era exactamente el lugar favorito de Eris.
En ese reino, los muertos carecían de conflictos. Estaban sumidos en su propia miseria, sin discusiones ni peleas, solo lamentos y llantos. La única discordia existente era la que tenian consigo mismos, algo que no satisfacía el gusto caótico de la diosa.
Así que, mientras todos asumían que Eris se sentiría como en casa entre sombras y almas perdidas, ella prefería quedarse en el Olimpo, donde siempre había algo emocionante sucediendo. La paz sepulcral del inframundo no encajaba con su esencia.
Pero ahora mismo, la pelinegra se hallaba en el edificio que marcaba la entrada al reino de Hades, disfrazada con una fachada mortal.
Caronte, un viejo amigo, ocupaba un escritorio en el rincón; era un tipo gigante bien trajeado con lentes negros, administrando el tránsito hacia el reino de los muertos con su presencia imponente.
En la recepcion, los muertos vagaban esperando por un descanso eterno que nunca llegaría, pues esa sala era un limbo para aquellos incapaces de pagar. Un alma impaciente se encontraba sentada, mirando su reloj con ansiedad mientras su pie golpeaba constantemente el suelo con fuerza; una figura en un rincón gritaba en desesperación, rompiendo el silencio del lugar. En otro extremo, una anciana hablaba consigo misma, en un diálogo incomprensible que solo aumentaba la atmósfera de caos y desesperanza.
Entre las almas en la sala, una mujer de unos treinta años destacaba. Tenia la mitad del rostro desfigurado, un recordatorio cruel de una muerte nada agradable. Ella lloraba desconsoladamente, sus sollozos resonaban en el sombrío ambiente. Su desesperacion se expresaba en el modo en que suplicaba entre lágrimas y gritos terrorificos.
—Por favor, no puedo morir. Soy joven, hay una equivocación, ¡deben haberme confundido con otra persona! —imploraba la mujer, su voz quebrándose en el eco del limbo—
La mujer, demasiado cerca para el gusto de la diosa, miraba a Caronte con ojos esperanzados creyendo que tal vez sus suplicas conmoverían al gigante.
Eris, sin contener su repulsión, la apartó con el pie, intentando alejarla. La mujer, ajena al gesto, permaneció inmutable en el suelo, con lagrimas cayendo sobre su horrrendo rostro.
