Capítulo 1

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La noche había caído hace ya varias horas cuando por fin logramos avistar el cartel que nos indicaba nuestra llegada a La Paloma. Varios pasajeros subieron y bajaron durante el eterno trayecto en ómnibus que recorrimos, donde escuchaba de vez en cuando los quejidos acalorados de varias personas, que ni el modesto aire acondicionado del vehículo lograban acallar.

Conformamos un grupo de 6 paleontólogos profesionales, del cual solo conozco a dos de mis compañeros de trabajo: Summer, una compañera de estudios altamente estimada por ser hija de unos paleontólogos ingleses residentes en Uruguay, y Ernesto, un viejo cascarrabias que tuve como profesor en la universidad. Los tres restantes eran completos desconocidos, aunque podía inferir que eran más experimentados que yo, con 26 años de edad y una carrera finalizada hace escaso tiempo.

Si había sido elegido para este proyecto fue puramente por el apoyo de algunos profesores que me tenían en alta estima y conocían mis múltiples artículos sobre la paleontología marina. Me informaron sobre una "expedición" que partiría hacia un balneario ubicado en las costas del este del país, en el cual unos turistas se toparon con enormes restos de un animal no identificado, y según ciertos conocedores de la zona, pertenecientes a un ser prehistórico.

Tal descubrimiento prometía atraer a nuevos turistas, curiosos ante los tesoros que la naturaleza tenía para ofrecerles en dicho lugar. El gobierno no desaprovechó la oportunidad y decidió financiar una investigación, incluyendo alojamiento. Hicieron un llamado destinado a varios paleontólogos provenientes de todos los rincones del país, y nos designaron el trabajo en base a recomendaciones y méritos.

Nadie en su sano juicio podría entender mi enorme felicidad al desempeñar mi labor durante pleno verano y una ola de calor intensa, observando las playas sin poder disfrutarlas como la mayoría desearía.

¡A la mierda eso de bañarse en el mar y tomar sol en la arena! ¡Estoy frente a la oportunidad perfecta para ser reconocido en la comunidad científica a nivel nacional, o incluso, si cuento con la suerte necesaria, en otras partes del mundo!

Cualquiera que ha sacrificado bastantes horas de sueño en pos de sus estudios me entenderá a la perfección.

El vaivén ansioso de mis pensamientos se detuvo junto a nuestro ómnibus, al finalizar su recorrido en la terminal de La Paloma.

Bajamos las valijas y nos dividimos en dos taxis que nos ahorrarían la caminata hasta el hotel. Allí solicitamos las llaves de nuestras respectivas habitaciones, donde descargarlos el equipaje. Mi cuarto, aunque no lujoso, es decente. La cama limpia y el baño personal colmaron mis expectativas, bastante bajas debido a los años que viví en pensiones de mala muerte mientras estudiaba.

El servicio incluye una sustanciosa cena que mis compañeros de oficio no dudaron en aprovechar. Por mi parte, no tengo apetito. Mi abuela decidió cocinar un auténtico banquete para festejar el logro de su nieto. Ella fue la única que me apoyo en la elección de mi carrera, el resto de la familia, y en especial mi madre, creían que se trataba de una perdida de tiempo. La mirada decepcionada de mamá durante el almuerzo me provoco un nudo en el estómago.

Entonces, opte por recorrer la ciudad antes de que se hiciera demasiado tarde.

Mi objetivo principal es en realidad llegar a la playa donde investigaremos mañana en las primeras horas del día. Probablemente, se encuentre clausurada de forma temporal para permitirnos, trabajar y evitar encontrarnos con restos degradados no solo por el ambiente, sino también por el ser humano. Pero no creo que una visita fuera de horario de uno de los paleontólogos cause algún problema, ¿no?

Al parecer el nombre de la famosa playa es "La mula", aunque no logre localizarla en Google Maps. Pregunte a distintos vendedores callejeros, sin obtener respuesta. Nadie parecía conocerla, quizás porque no gozaba de la popularidad de otros sectores de la costa.

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