1. Luces flotantes.

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Jimin, de diecisiete años, poseía una figura esbelta y una melena rubia que se extendía a veintiún metros. Aunque su estilo no destacaba en exceso, lucía bien en cualquier atuendo. Su belleza radicaba en una sonrisa encantadora y una personalidad dulce, a pesar de haber vivido toda su vida en aislamiento, sin contacto con otros.

En la frescura de la mañana, Jimin se encontraba disfrutando de un juego de escondidas con su diminuto camaleón llamado Pedro. La dinámica era simple: él se escondía, y Jimin emprendía la búsqueda con entusiasmo hasta dar con su astuto escondite. Aunque era algo sencillo, no había mucho más que pudiera hacer en ese momento, estado encerrado en una torre.

Avanzó con pasos pausados y, de repente, abrió con fuerza la ventana velada por una cortina de madera. Su objetivo era encontrar al esquivo camaleón. Aunque no lo divisó de inmediato, estaba seguro de su presencia. Adoptó un tono persuasivo mientras esbozaba una sonrisa traviesa.

— Mm, supongo que Pedrito no está por acá, tal vez esté escondido en algún cofre o debajo de la mesa... — Decidió regresar al interior para buscarlo de nuevo. Mientras se giraba, el pequeño camaleón, Pedrito, salió sigilosamente de su escondite, poniéndose de pie en la ventana. Jimin se percató de su presencia y, con una sonrisa triunfante, exclamó — ¡Te atrapé!

La risa encantadora de Jimin resonó en toda la torre, un espacio tan vasto que parecía desafiar cualquier intento de ocuparlo por completo. Incluso sus pasos resonaban con fuerza, destacando la inmensidad del lugar.

— Listo, ya te he vencido en unas veintitrés ocasiones. La verdad, no me canso de este juego, incluso estaría dispuesto a repetirlo unas cien veces más. Así que, prepárate, Pedrito, porque estoy listo para vencer una vez más y dejar tu trasero barrido en el suelo.

Jimin observó la mirada fatigada del diminuto camaleón, quien, a pesar de su condición animal, evidenciaba agotamiento ante la constante persecución del extrovertido y siempre inquieto Jimin.

— Está bien, está bien, sé que es aburrido hacer lo mismo, pero podemos hacer otra cosa, tampoco está tan mal...

Vivir en la torre resultaba monótono para Jimin, a pesar de sus esfuerzos por alegrar sus días. Cada mañana a las 07:00 AM, se dedicaba a limpiar, desde barrer el polvo hasta trapear el piso meticulosamente. Después, lavaba su ropa y se sumergía en la lectura de libros, a veces devorando varios en una sesión. Entre páginas, encontraba tiempo para pintar, creando paisajes imaginarios inspirados en los libros que tenía. Aunque desconocía el mundo exterior, lo plasmaba con destreza en sus lienzos.

La creatividad de Jimin también se expresaba a través de la música; tocaba la guitarra y cantaba de manera maravillosa, a menudo complaciendo a su madre, quien lo incitaba a cantar cada vez que lo veía. Además, se sumergía en la confección de ropa invernal, manteles, y cojines. Su cocina se convertía en un laboratorio diario donde experimentaba con los ingredientes disponibles, preparando postres exquisitos. Para desafiar su mente, se entretenía con puzzles difíciles que, al final del día, le provocaban somnolencia.

A pesar de su entorno limitado, Jimin exploraba la danza practicando ballet con sus conocimientos limitados, reflejando en su figura la dedicación a esa disciplina. El entretenimiento también incluía partidas de ajedrez consigo mismo, lectura de poesía y hasta la decoración de las paredes de la torre con sus propias creaciones artísticas.

Peinar su extensa melena se volvía una tarea extenuante, pues era tan larga que parecía no tener fin. Su camaleón curioso le hacía compañía, observándolo atentamente mientras pintaba meticulosamente la pared de la torre. En ese momento, se cuestionaba si su madre le permitiría salir al día siguiente, cuando estuviera de cumpleaños para observar la brillante luz de las lámparas que iluminarían nuevamente el cielo.

UN CUENTO PERSA 物語 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora