Capítulo 1.

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5 de marzo del 2013.

Estaba parada frente a la tumba de Isabel. El cementerio parecía estar completamente solo. No había visto tanta gente pasar desde que llegué. Venir sola no me da miedo. Pero admito que a veces me siento extraña estar yo sola, sentir que alguien me está mirando. Hace poco vi un vídeo, donde dicen que el humano no es capaz de sentir miradas fijas en uno. Quién sabe. Puede que lo compruebe algún día.

Hace un mes te quitaste la vida. Me sorprendes, Isabel, siempre estuviste feliz de la vida, era muy raro que te quejaras. Eras tan optimista que eso admiraba de ti.
Me duele el hecho de que me hayas dejado sola, sin nadie en quién confiar, alguien para contarle mis secretos, mis inseguridades. Simplemente fuiste mi mejor amiga.
Dejaste a tu madre dolida, a los maestros estupefactos y a la mayoría con dudas del porqué lo hiciste.
Que yo sepa, nunca tuviste problemas psicológicos como para haber hecho aquello. Si tan solo hubiera estado antes en tu casa. Mínimo yo hubiese podido ayudarte en algo, en lo que sea, Isabel, me duele eso, que no hayas querido decirme nada, pero bueno tuviste tus razones, no debería de enojarme no más porque .

En lo que restaba de la semana, no asistí a clases por lo tuyo. No tenía ganas de ir ni de hacer nada, mucho menos a que me interrogaran. Nadie ha sabido aún de que yo fui quien te encontró. Y no pienso comentárselo a nadie. Me da miedo meterme en problemas.
Para el lunes, en cuanto llegué, se me acercaron una bola de curiosos y que no respetaban tu fallecimiento para preguntarme qué tanto sabía de eso.
¿Crees que dije algo? A esas personas que nunca les hablamos no debería importarles lo que hiciste. ¡Que les valga!

Pero eso no es nada. Un día antes, Samantha también falleció, pero debo confesar que no cómo, ni de qué o cómo pasó realmente.
Y en cuanto a esto. Dijeron que y ella planearon quitarse la vida. Me dio tanto coraje, quería golpear al estúpido que inventó tal barbaridad.
Caí en la conclusión de que la gente habla mucho sin saber nada.

El martes, una semana después de tu muerte, fueron unas personas al salón de clases y nos observaron a todos con cierta curiosidad. Me dio mucho miedo. Porque créeme que sigo esperando el día en que me hablen, que me preguntarán un sinfín de cosas sobre ti, debo ser consciente de ellos y no temer, porque lo que ellos quieren es saber la razón de tu suicidio.

Durante las dos próximas semanas de la muerte de Isabel, iba tres veces en la semana al cementerio para visitarla, mi mamá siempre creyó que asistía a la biblioteca de por mi casa.
Estoy empezando a analizar lo que mi mamá hará en tan poco tiempo. Es capaz de mandarme con un psicólogo. No digo que sea malo, al contrario, pienso que hablar con alguien sobre lo que siento, será un peso menos de encima. Pero no estoy preparada para ir a visitar a algún psicólogo.
Hace mucho que no veo a la madre de Isabel. No tengo ganas de visitarla y preguntarle sobre cómo se siente o algo por el estilo, sé que debería, y de igual manera no lo haré. Lo haré cuando tenga el valor de hacerlo.

Caminé a las afueras del cementerio. Vi que se acercaba una amiga de Samantha con flores en mano, al verme, sonrió y abrió la boca para decir algo.

—¿A quién visitas, Kenia? —preguntó. No es por ser grosera, pero creo que eso no le importa.
—Visité a Isa —contesté. Ella asintió.
—Samantha fue muy reservada —la escuché en cuanto yo caminé —. Algo tuvieron que ver.

Y no volteé. Seguí como si no la hubiese escuchado. Entonces, si supuestamente ella tuvieron que ver en algo Samantha e Isabel, pues bien, que así lo dejara, no era ya nuestro problema. O tal vez sí.

~•~

Me senté en una de las mesas del comedor de la secundaria. Tomé del agua que compré y entré a Facebook. A ver qué encontraba.

—De paso fui a la de Isabel —la voz de Fany retumbó en mis oídos. Vaya, esta chica sí quería llegar a fondo de todo lo que estaba pasando.
Desde aquellas dos muertes, todos en la secundaria no somos los mismos. Tememos que aún falte alguien en suicidarse sin saber la razón. Los maestros han hablado mucho con nosotros acerca de que si tenemos problemas, acudamos con el psicólogo de la misma secundaria o con ellos.
—Hipócrita —dije sin temor alguno. Porque finalmente Fany lo era. Ahora resulta que todos estimaban tanto a Isabel.
Me vio con los ojos bien abiertos al igual que su boca. A leguas se notaba que se quedó sin palabras.
—No me llames así. Lo hice porque me nace hacerlo.
Reí con ironía. Bloqueé mi celular y lo guardé. Me puse de pie y caminé a otro lado.
—Kenia. ¿Qué pasó pues con Isabel? —el prefecto me preguntó. Hasta a él le interesaba, me sorprende pues siempre regañaba a Isabel por cualquier cosa.
—¿Usted qué cree? —hablé poniendo los ojos en blanco.

No debí contestar eso.

El suicidio de IsabelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora