🖤FRAGMENTO 7🖤

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Disparador: farola, luna y pulsera

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Disparador: farola, luna y pulsera.

Escrito por: MariaaStark

Fragmento:

Salgo corriendo de casa, después de colgarle el teléfono a mi mejor amiga. Me subo la capucha de la sudadera, arrepentida de no haber cogido el abrigo. Agacho la cabeza al pasar por delante de la panadería del pueblo. Me siento indefensa en mi piel, hueca en el pecho e incomprendida. Lidia no lo entiende, ¿cómo va a ser bueno para mí que la persona de la que estoy enamorada me deje? Pensarlo hace que los ojos me escuezan, y una sensación de abandono me abrume. La incertidumbre me ahoga, ¿qué será de mí sin él? Él me hace mejor. Él me llena. Y sí, aunque buscó en otras la pasión que yo no sabía darle, siempre me pedía perdón y yo le perdonaba. Porque eso es amor. Perdonar y ser perdonado, porque yo también tengo la culpa de que me engañara.

Llego a la plaza donde quedamos por primera vez. El viento amenaza con quitarme la capucha, pero me aferro a ella como si fuera él quien me protegiera del frío. Camino hacia la farola que nos vio darnos nuestro primer beso. Apoyo la espalda en ella. «Tienes veintiún años, por Dios, Daniela». La voz de mi madre me reprende como lo ha hecho hace una hora por verme llorar, desconsolada, cuando he leído el whatsapp que ha puesto punto y final a lo mío con Alejandro. He huido del salón, me he encerrado en mi cuarto y he llamado a Alex, pero no me lo ha cogido ninguna de las ocho veces. Después, desesperada, he marcado el teléfono de Lidia. «Tienes que empezar a quererte un poco más, tía. Poner en orden tus prioridades». Justo después de eso le he colgado. ¿Ves cómo nadie me entiende? Mi prioridad no me quiere, y ha tardado tres años en darse cuenta. Sabía que esto pasaría. Es culpa mía. Me ha dejado por no darle lo que necesita, por no intentar con ahínco amoldarme a él. Y, ahora, ¿qué me queda? Soy una lata vacía, una chica con los zapatos de otro que ha perdido el rumbo y tiene los pies llenos de rozaduras. Soy una leo cobarde; un espantapájaros enamorado de una de las aves a las que tenía que espantar.

—¿Daniela?

El corazón se me acelera al pensar que es él quien ha dicho mi nombre, pero se me rompe un poco más al ver que no es así. La luna, que está llena y sobre la plaza, ilumina la cara de Lidia.

—No —lloriqueo.

Me coge de la mano. Tira de mí con suavidad.

—Sí.

Me abraza sin soltarme la mano. Me acaricia la espalda. Pellizca la cerradura de la única pulsera que llevo puesta. La abre, me la quita. Se la guarda en un bolsillo. Despojarme de la esclava de plata que me regaló Alex, con nuestra fecha grabada, me hace sentir desnuda y devastada. Apoyo la mejilla sobre el hombro de Lidia, y dejo que las lágrimas le mojen el acolchado oscuro de su chaquetón.

 Apoyo la mejilla sobre el hombro de Lidia, y dejo que las lágrimas le mojen el acolchado oscuro de su chaquetón

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