¡Disculpa! Sí, te estoy hablando a ti, pedazo de mendrugo.
¿A qué estás esperando para apuntarte a este concurso? ¿A que las ranas críen pelo? Yo podría hacer eso, pero significaría que apoyo la cursilería y todo ese rollo del amor. No, aquí no que...
Maria llevaba un pintauñas rojo el día que lo conoció. Se acuerda porque pensó que hacía juego con la camiseta de él. Siempre se lo repetía cuando él le preguntaba que la había hecho enamorarse. Él dijo que le gustaba la timidez de María. Estar juntos era como si les hubiera tocado la lotería. Cada día era perfecto. Cada beso el mejor de sus vidas. Cada caricia ponía la piel de gallina. María pensó que nada podía estropearlo, Jesús era el amor de su vida y con él pasaría el resto de sus días.
Jesús quería a María, la quería como no había querido a nadie en su vida. Pero no sabía quererla como ella merecía.
Lo intentó, al principio lo conseguía, a su lado se sentía diferente, pensaba que podría cambiar su vida, lo haría por ella. Arreglaría los problemas que arrastraba, como arregló el radiador de casa, pero por más que lo intentaba no podía cambiar quien era...
María quería ayudarlo, compartir el peso de la vida, pero él no sabía, creía que la protegía alejándose de sus problemas, pero con esas decisiones también la alejaba de su vida.
María se preguntaba si de verdad lo conocía, si amaba a su novio o la idea de lo que tenían. A su lado seguía sintiendo que volaba, el problema era que cada vez lo tenía menos al lado y cuando estaba sola pensaba en que quizá él cortaba sus alas.
Al final ese amor se descascarilló, igual que aquel pintauñas rojo. Las grietas crecían entre los dos, y cuando Jesús se dio cuenta y quiso recuperar a María era demasiado tarde. María se había ido de su vida tal como llegó sin llamar la atención.
Jesús la odio, la culpó por no haber luchado por su amor, por no haberle dado la oportunidad de convencerla de quedarse. Pero ella no podía, sabía que si lo hubiera dejado él la habría convencido; con esa sonrisa que la derretía por dentro y los mejores besos que nadie le daría en su vida. Y eso no habría sido bueno, junto a él nunca podría ser feliz. No era la persona para ella. Quiso decirle tantas cosas, lo mucho que lo amaba, el dolor que sentía al alejarse de él. Y también reclamarle el daño que le había hecho; las noches que había pasado llorando por no saber dónde estaba, las mentiras que había aceptado como verdad por miedo a que su burbuja explotara, el miedo que no la dejaba comer cada vez que no sabía nada de él durante días. Pero no lo hizo. Nada cambiaría su decisión...
María y Jesús nunca se volverían a ver. A veces ella se preguntaba si él habría encontrado otra persona, si habría conseguido aprender a amar a alguien como no lo hizo con ella, y entonces, realizaba un acto de egoísmo que la avergonzaba, deseando que no lo hubiera hecho, que hubiera pasado solo el resto de su vida. Al igual que ella.
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