Extra: Hits Different

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Había pasado un tiempo desde aquel "incidente" relacionado con el vibrador musical. Bueno, tampoco fue un tiempo muy largo, fueron dos semanas.

Dos semanas en las que las cosas entre el rubio y el morocho habían vuelto a ser lo que eran: los encuentros se volvieron a dar, no con tanta frecuencia porque estaban a full con los entrenamientos para los partidos; pero se volvieron a mandar mensajes con la misma frecuencia (todos los días) y no solo quedaban en verse para tener sexo, sino para compartir el tiempo entre ellos.

Las caricias, los abrazos, las incontables veces que podían estar perdidos uno en los ojos del otro es casi igual de bueno que la pasión al verse desnudos por completo y entregarse al deseo que sienten el uno por el otro.

Sin embargo, Jorge, con el paso de los días, se dio cuenta de algo: nunca mencionaron para que rumbo iba la relación.

Sí, otra vez la misma historia: de nuevo no hay claridad. Aunque para él está todo más claro.

Tan claro como las ganas de vomitar que le dieron al final del partido de Boca vs Estudiantes, por Copa Argentina.

Quería vomitar.

Sí, Figal tenía ganas de vomitar absolutamente todo lo que había comido antes de que empezara ese partido y tuviera que salir a jugar.

Y no es que precisamente le haya caido mal la comida que ingirió en Córdoba.

No, no era la comida, pero el sentimiento de acidez que sentía en aquellos momentos atravesar toda su garganta tenía un motivo:

Uno que lo veía en primera plana al llegar al vestuario:  ahí estaba el chico de sus sueños, aquel hermoso rubio de ojos claros, ese al que de nuevo, el domingo por la mañana, después de aquel incidente, se había dedicado a despertarlo besando cada parte del rostro.

Porque Jorge, en realidad, es bastante romántico, meloso y cuando alguien le gusta no duda en hacérselo saber. Y el ojiclaro le gusta demasiado, lo suficiente como para querer besar aquel rostro durante todos los días de su vida y que ambos puedan seguir compartiendo el equipo titular a la hora de defender los colores azul y oro.

Nicolás  es diferente.

Todo lo que siente por él le pega diferente y por eso la imagen que puede observar frente a él  le revuelve el estómago:

Ahí está Valentini, feliz, porque le habían ganado a Talleres, por penales, para clasificar a la Semifinal de la Copa Argentina. Y ese no es el problema, porque para Jorge no hay nada mejor que ver a Nicolas feliz. El tema es que el rubio estaba siendo abrazado, casi alzado por los aires, por Marcelo Sarachi.

Un Marcelo Sarachi que lo miraba de una manera particular. Una que Figal conoce muy bien, porque él mismo se podía ver en esa mirada. En esa sonrisa, en esa caricia que le dió a Valentini  al bajarlo al suelo.

Y Nicolás solo lo miraba, sonriendo y pareciera que fuera apropósito.  A pesar de que el rubio, en ese partido, no jugó ni un minuto, pareciera cómo si fuera un recordatorio para Jorge de que más allá de que hayan vuelto a tener sexo y que todo el cariño haya renacido, ahí hay un hombre algo petiso, morocho y oriundo de Uruguay, que también le quiere prometer el mundo a Valentini.

Y se lo había dicho de frente: quiere ganar todo con Nicolás, porque son imparables.

Y probablemente también quiera ganar su corazón y es ahí cuando Jorge siente un escalofrío recorrer su espina dorsal y, otra vez, esa sensación de náusea.

En aquel momento de la noche, la luz verde en su celular se encendió, indicando que había un mensaje de Whatsapp. Lo abrió rápido, porque cualquier cosa era mejor que ver cómo el petiso orejudo de mierda  abrazaba al rubio delante de todos en el vestuario.

Atorado - Valentini & Figal [Adaptación]  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora