La oruga se movía por tierra lentamente. La oruga no llevaba prisa de nada. La oruga iba a su paso, tranquila y en paz.
Un día comenzó a llover. Una lluvia fuerte y devastadora. La oruga se apresuraba para refugiarse, pero no encontraba el lugar adecuado.
La oruga se rindió y pensó que ese sería su fin ¡Moriría ahogada y enterrada en el barro!
Se hizo un ovillo y se dejó llevar por sus instintos. Una fina capa la empezó a cubrir, resguardandola del peligro y del caos.
La lluvia se detuvo, pero la oruga no volvió a salir. Pasó el tiempo y no había rastro de la oruga débil.
Hasta que un día la crisálida empezó a sacudirse de manera extraña y de ahí nacieron unas hermosas alas azules. Tan brillantes, tan elegantes, tan grandes e imponentes.
La oruga ya no era ella misma, se había convertido en un ser completamente distinto.
Se había sanado y transformado.
Y decidió emprender vuelo, en el que fue libre por siempre.
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Todo lo que no te dije
RandomPara ti lector, que has perdido tanto, refugiate en estos versos. Sana tu dolor y si quieres llorar, lloremos juntos. Todos los Derechos Reservados.