Capítulo 3: Beda

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Primero un tubo estrecho y alargado, siempre ascendente. Después un sinfín de pasillos secundarios, tan blancos que incluso con las gafas puestas nuestros ojos sufren, y por último una habitación esférica, atravesada por lo que parece una aguja gigantesca. Eso es todo lo que hemos visto de la Londres Superior, un pilar, un edificio y la planta eléctrica, el objetivo final.

Me hubiera gustado ver más pero llegar hasta aquí ha sido suficientemente arriesgado.

Solo un loco se jugaría la vida por hacer turismo y a mí me gusta seguir respirando, incluso un aire como este, tan cargado de electricidad que logra erizar hasta el último pelo de mi cuerpo.

Desde la cúspide de la aguja bajan un sinfín de relámpagos azules, recorriendo las paredes como si de una carretera se trataran. Según Mamá esas descargas son rayos, y este sitio es el encargado de recogerlos y dirigirlos hacia el adaptador, la monstruosa columna metálica que se encarga de almacenar y transformar toda esa energía. Una gran idea sí, pero solo si obviamos que para funcionar necesita de los inventos del Ministerio Natural, esos que han transformado la atmósfera o aceptado la bruma como un efecto colateral desdeñable. De tener la oportunidad arrojaría a esa gente a la Londres Inferior, a ver si después de ahogarse siguen pensando que solo es una "irritante molestia", pero como no puedo me conformaré con destruir este sitio. Sin energía no podrán producir, y si no pueden producir no habrá desechos como la bruma... O al menos eso es lo que nos ha dicho Mamá.

El odio recorre mis venas. Mis ganas de explotar este sitio, de compartir la oscuridad de la Londres Inferior con su brillante gemela, me impiden pensar con claridad. Un pequeño problema teniendo en cuenta que desde que el instante en el que pisamos esta sala dos pistolas nos apuntan.

No debimos confiarnos tanto. La euforia de haber llegado hasta aquí sin encontrar a nadie nos hizo imprudentes, descuidados, inútiles. En la Londres Inferior eso hubiera significado nuestra muerte pero aquí... En fin, si no les obligamos a disparar dejarán el gatillo en paz, puedo verlo en sus ojos. Todo en ellos me indica que están aterrorizados y no me extraña nada. Esta gente vive entre pulcros uniformes azules, pistolas que nunca han sido disparadas y rutinas inaguantables, ¿qué otra cosa tendríamos que esperar de ellos?

—Sois... Sois solo unos niños.

La frase del guarda de seguridad consigue que sonría. Su comentario no ha hecho más que confirmar mis sospechas. Con disimulo decido observar a mis hermanos y elevo aún más la comisura de los labios al comprobar que están tan divertidos como yo. Puede que ellos duden, pero nosotros no.

—Sí, lo somos—dice Ethan actuando como una distracción. Mientras él habla nosotros alcanzamos las armas, y como tantas otras veces siento el mango de la misma con la punta de los dedos.

— ¿Qué?... ¿Qué estáis haciendo aquí?

Ni siquiera se molesta en responder. Lo único que se oye es la pequeña risa que emite sin despegar los labios, dándonos así la señal de disparar.

Durante unos segundos el mundo se ralentiza. Jeff, Lilly y yo desenfundamos con velocidad, arrojando una lluvia de proyectiles azules sobre los dos hombres, quienes logran apretar el gatillo demasiado tarde. Puede que nuestras pistolas no maten a nadie pero si actúan deprisa, muy deprisa. Para cuando ellos aciertan a disparar ya están cayendo. Sus balas silban sobre nosotros dejando la pared hecha un colador, y a mí y mis hermanos de una pieza. Aunque todo ha transcurrido en menos de un minuto difícilmente lo creo. Solo cuando uno de nosotros se digna a hablar el mundo retorna a su velocidad natural.

—Eso ha estado cerca—susurra Jeff expirando—podrían habernos dado.

—Pero no lo han hecho, ¿no?—dice Ethan con su eterno optimismo, ese que me hace preguntarme cómo demonios sigue con vida una persona como él.

Más allá de la brumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora