Un edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas. Sobre la entrada principal se lee: «Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres», y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial: «Comunidad, Identidad, Estabilidad»
Subida en su azotea me siento minúscula. La bruma envuelve todo en su perenne oscuridad, solo rota por los rayos de sol más atrevidos y por las luces que brillan en lo alto. Mis ojos negros se clavan en estas últimas. Allí arriba debe estar anocheciendo; los diminutos destellos de luz azul brotan de ese campo negro a una velocidad inigualable. Me permito esbozar una sonrisa ante la imagen pues siempre he pensado que así deben verse las estrellas. Aunque nunca las he contemplado Mamá me ha hablado de ellas. Su descripción es uno de los recuerdos que más atesoro, uno de los pocos que no me entristece.
Con la mirada aún alzada busco en mi memoria. Las palabras acuden raudas a mi mente, llenando mi cabeza de sueños imposibles.
«En el mundo superior las cosas son diferentes mi niña. Allí, el sol, un astro brillante y luminoso, alumbra a diario las calles y edificios. Los ciudadanos gozan de su luz, la cual diferencia el día y la noche. Ay, mi pequeña, ojalá pudieras ver el firmamento nocturno, la luna brillante, clara cual disco plateado, y las estrellas. No imaginas lo bellas que pueden ser, titilando como motas blancas en ese profundo vacío negro. Espero que algún día contemples lo que hay allí arriba... Algún día»
Su última frase me devuelve a la realidad. Sacudo la cabeza para desembarazarme del recuerdo y observo mí alrededor. Las historias de Mamá son preciosas pero aquí, en la Londres Inferior, las palabras bonitas no sirven de nada. Nuestro mundo es cruel, despiadado. Este lugar es muerte, es la bruma que nos cubre con su espeso manto ceniciento, la oscuridad que envuelve todo.... Es la desesperación de quienes están en el suelo.
Desde donde me encuentro no puedo observarlo, hay demasiada distancia, pero sé que está ahí. A Mamá le da miedo lo que se esconde en el exterior. Siempre nos advierte contra las tinieblas, o, mejor dicho, contra lo que se oculta en ellas. Lo negará toda su vida pero teme a la oscuridad, casi tanto como perder a su familia. Por eso intenta que no salgamos, para protegernos. En el fondo me da pena, cree que los monstruos solo están fuera, no quiere aceptar que las personas que le salvaron también son abandonados.
El sonido de una puerta abriéndose, a mi espalda, provoca que me tense. Ha pasado mucho tiempo desde que estuve en verdadero peligro pero mis sentidos siguen estando tan alerta como siempre. Solo al reconocer los familiares pasos de quien se acerca me permito relajarme y suspirar. Adiós a mí rato de soledad.
—Imaginaba que estarías aquí—dice mi visitante, acercándose hasta la barandilla en la que me encuentro.
No contesto porque no sabría qué decir. Me limito a seguir observando el paisaje, recordando la que una vez fue mi vida, nuestra vida.
— ¿En qué piensas?
—En el pasado—digo con voz queda—. En los monstruos que solíamos ser.
En ese momento me giro hacia él, hacia mi hermano. Su cabello pelirrojo llena de color ese mundo gris en el que vivimos. Es curioso, su presencia siempre me ha calmado. Parece que desprenda calor, con su pelo de fuego y su actitud positiva. Es la mejor persona que conozco. Nadie más habría preocupado por unos niños abandonados, no digamos ya convertirlos en su familia. Gracias a él dejamos de estar solos, y aún no sé como agradecérselo.
—Los monstruos no están ahí abajo, Lilly—contesta al cabo de un rato.
Parece que mira a la nada pero no es así. Sus ojos negros están clavados en un punto concreto, en uno de los pilares. Estos están por todas partes. Revestidos en gris, casi blanco, son visibles a pesar de la oscuridad que envuelve todo. Siempre me han parecido gigantescos, pues sus siluetas se pierden en lo alto, superando incluso a la bruma. Según Mamá tienen cientos de plantas y actúan como cimientos para la Londres Superior, pero eso no es lo único que hacen. Si te fijas bien puedes ver a la bruma serpentear a su alrededor, apartarse en espirales para dejar paso al gas que llega a la ciudad. Ese es el origen de la niebla, de la oscuridad.
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Más allá de la bruma
Ciencia FicciónLa humanidad siempre ha mirado hacia el futuro. Algunos lo hacen con esperanza, otros con pesimismo. Al final todos nos adaptamos a los cambios, esos que hacemos en busca de un mundo feliz, perfecto. Aquello que no encaja es desechado en pos del pro...