Capítulo 2: Jeff

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Un pasillo blanco, iluminado por una pálida luz que vuelve a las paredes y el suelo tan resplandecientes como la nieve. Numerosos corredores salen de sus laterales, como si fueran ramas de un gigantesco árbol, y este pasillo fuera el tronco. Al fondo hay una puerta metálica, el ascensor, con la divisa del estado mundial grabada: Comunidad, Identidad, Estabilidad.

Incluso con las gafas puestas la luz es intensa. Tanto mi hermana como yo nos vemos obligados a entrecerrar los ojos para escapar de su brillo. Tardamos un poco en acostumbrarnos pero cuando lo hacemos deseamos que la ceguera hubiera durado un poco más. Ethan y Lilly van a lamentar habernos hecho entrar en su busca.

Ante nosotros está Mamá. Con su metro sesenta y seis es la persona más alta del edificio, o al menos de momento pues Ethan no tardará en alcanzarla. Su vestido, rosa pálido, es lo más llamativo de la habitación, salvo, quizá, la cabellera rubia de mi hermana. Una bata blanca cubre ese retazo de color, concordando así con el reluciente pasillo. De sus mangas salen dos manos, tan huesudas como pálidas, lo que me recuerda el trágico destino de Mamá. Al contrario que nosotros ella es de la Londres Superior, lo que implica una muerte segura aquí abajo. Si sigue viva es por nuestra intervención. Es gracias a Beda quien la encontró en el basurero que conforma la superficie, gracias a Ethan por convencernos de ayudarla y gracias a Lilly y a mí por desarrollar su máscara, lo único que la mantiene con vida. Todo estaba en su contra pero nuestra máquina funcionó. Fue nuestro primer invento exitoso, un filtro de aire, capaz de limpiar la bruma. Siempre que llevara la máscara sería capaz de respirar, o esa era la idea. Por desgracia había un pequeño fallo, una deficiencia en el filtro que, aunque no era mortal a corto plazo, acabaría matando a Mamá. Ella dice que salvamos su vida ese día, mas sus cansados ojos azules, esos que nos miran inquisidores tras los cristales que incluimos a la máscara, son la prueba de que solo retrasamos su final.

— ¿Al exterior? ¿Cuántas veces tengo que deciros lo peligroso que es?— Nos reprende Mamá con voz ronca—. A los abandonados no les importa que seáis niños, si creen que tenéis algo valioso atacarán, no lo dudéis. Y qué haré yo si os pasa algo, eh. Se os ha ocurrido pensar en eso o estabais ocupados arriesgando vuestras vidas por tonterías.

—No son tonterías—replica mi hermana al oírlo.

— ¿No? Podrías explicarme entonces para qué salís ahí fuera.

—Jeff quiere buscar piezas—miente Beda. Su voz se mantiene firme, su mirada altiva. Es imposible diferenciar sus engaños de la verdad, por eso Mamá muerde el anzuelo.

—Jeff siempre quiere buscar piezas nuevas.

—Y qué más da si las quiere. Lilly y él siempre las dan un buen uso.

— ¿Cómo cuando provocaron esa explosión en el décimo piso?

—Eso fue un accidente—Nada más abrir la boca me arrepiento de haberlo hecho. Mi hermana me dedica una mirada asesina y la de Mamá no es mucho mejor. Maldigo para mis adentros al tiempo que recuerdo a Ethan y Lilly, a quienes acabo de mandar fuera. Las mentiras de Beda son nuestra mejor oportunidad para reunirnos así que, por una vez, tengo que callarme.

— ¿Acaso importa eso?—continúa mi hermana sin quitarme la vista de encima, como si temiera otra intervención por mi parte—. Para mí es más importante cuantas veces nos han ayudado. Gracias a ellos hemos encontrado una forma de robar electricidad de los pilares, sin su intervención el ascensor seguiría siendo un inservible montón de piezas, y si aún sigues aquí es... Es...—concluye Beda con un hilo de voz.

Las gafas ocultan sus ojos mas por como tiembla está a punto de llorar. Antes de que pueda caer la primera lágrima mi hermana se da media vuelta, huyendo por la puerta. Para cuando la atraviesa, llegando al exterior, se pueden oír sus sollozos, alto y claro. Mamá y yo observamos inmóviles la salida de la chica, sin saber cómo actuar. Hasta que no vemos desaparecer su cabellera rubia somos incapaces de reaccionar.

—Iré a por ella—prometo. La actuación de Beda ha sido tan realista que me pregunto si ha sido un engaño. Desde luego Mamá ha caído pues numerosas lágrimas saladas caen de sus ojos. Me siento mal por dejarla así por lo que intento excusar los actos de mi hermana—. Estará bien, seguro que solo quería algo de tiempo. Ya sabes lo sensible que es y cada día es más evidente que...

—Me muero--termina Mamá de forma apenas audible antes de tomar un cariz mucho más urgente, desesperado—. Por favor trae a tu hermana de vuelta. Sé que podéis apañároslas ahí fuera pero... Si os pasara algo yo...—Las palabras se ahogan entre sus sollozos y, de pronto, me veo envuelto en un abrazo—. Tened cuidado, por favor.

Siento como mis ojos se humedecen ante sus palabras. Si no supiera que es imposible diría que sabe lo que vamos a hacer, que se está despidiendo en caso de que salga mal. Con esa idea en mente le devuelvo el abrazo.

—Estaremos bien, Mamá. Prometo que la traeré de vuelta—digo antes de zafarme e ir en busca de mi hermana.

***

Escalo uno de los numerosos montones de basura en busca de los otros. La bruma lo envuelve todo, como siempre. Aunque eso es más que suficiente para sumir la Londres Inferior en las tinieblas el hecho de que sea de noche no ayuda en absoluto.

Un sonido proveniente de la derecha despierta mis sentidos poniéndome alerta. Por unos instantes vuelvo al pasado, a los días en los que mi vida pendía de un hilo. Esos en los que luchar era la única forma de sobrevivir.

Hace mucho de aquello pero no por ello he olvidado mis instintos, esos que me alertan contra los pasos que se acercan. No hay forma de saber si son mis hermanos y prefiero no jugármela. Aunque los abandonados son tan sensibles a la luz como nosotros, lo que suele mantenerlos alejados de nuestro hogar, la desesperación lleva a la imprudencia, lo sé bien. Es solo cuestión de tiempo que se vuelvan atrevidos, inteligentes.

Con ese pensamiento en mente me revuelvo en mi sitio, incómodo. Solo cuando veo el cabello pelirrojo de mi hermano emerger de entre la basura me permito relajarme.

— ¿Dónde estabais? —pregunto molesto al ver a Beda y Lilly tras mi hermano. Por fin estamos todos.

—Lo siento, tardabas mucho asique decidimos ir a por las cosas—contesta Ethan sonriente—. Hemos cogido la tuya.

Al decir esto lanza una mochila por los aires, la cual cojo al vuelo. No necesito mirar dentro para saber lo que hay pues he construido la mitad del equipo, pero lo hago igualmente. En el interior encuentro un láser, unas cuantas baterías para las botas-antigravedad y, lo más importante, una bomba casera con lo que Mamá ha identificado como aceite Bergman, un líquido muy susceptible a los cambios de temperatura y que, en la Londres Superior, es usado como refrigerante pero que con una chispa desemboca en un gigantesco fuego. Añadido a eso están los guantes magnéticos de Lilly, que todos llevamos puestos, y nuestras botas, así como unas pequeñas pistolas aturdidoras. Feliz al ver que está todo observo a mi familia.

Beda juguetea con la pistola, cargándola y descargándola sin motivo aparente. Su larga cabellera rubia llama la atención, demasiado para un sitio como este. A pesar de que tiene una sonrisa preciosa siempre está con cara de pocos amigos, como si los recuerdos de la que fue nuestra vida la cazaran sin descanso. Llevo años pensando que, aunque fue la primera en ser rescatada por Ethan, él no llegó a tiempo. En eso y en muchas otras cosas es lo contrario a Lilly, como prueban su baja estatura o los desordenados rizos castaños que le caen hasta la mandíbula. Pero eso es solo en la superficie. Lilly aún conserva esa inocencia, esa esperanza que Beda perdió en algún momento de su vida, mas teñida del característico pesimismo de la Londres Inferior. Su curiosidad es insaciable y aunque me gustaría poder decir que eso es algo bueno ella lo lleva hasta un extremo peligroso, temerario. Tiene mucha suerte de que Ethan la encontrara, todos la tenemos, pues, como Beda suele decir, él es la única luz que encontraremos en este lugar. Mamá y yo somos los últimos miembros de nuestra familia, ella castaña y yo moreno, aunque ambos escuálidos. Es curioso lo poco que nos parecemos. Ni siquiera tenemos la misma sangre y no creo que a ninguno le importe.

—En fin, si ya estamos todos creo que es hora de ponernos en camino— dice Ethan sacándome de mis pensamientos—. Ese adaptador no se va a volar solo.

Como siempre sus palabras llaman a la acción. Cualquier actividad que estuviéramos haciendo deja de importar. Mis ojos negros se clavan en uno de los pilares, al igual que los de mis hermanos. Este es más grueso, imponente, y nuestro destino.

Más allá de la brumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora