Prologo

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―Tienes dos semanas, Theo. Después de eso, tendrás que tomar una decisión ―Miranda lo miró a través de sus gafas de pasta― Me costó mucho conseguir esto, no lo arruines.

Theo pasó las manos por su cabello. Ser actor era su sueño, y ese papel protagónico era su oportunidad para ingresar al medio, pero sabía que Linda no querría mudarse de la ciudad. Amaba cada rincón de allí, y trasladarse no estaba en sus planes. La serie que grabaría se filmaría en Australia durante un año, y sabía que Linda no se alejaría de Estados Unidos. Tenía su vida allí.

Asintió y salió del lugar, recorriendo las calles de Manhattan. Su relación con Linda atravesaba un momento difícil; discutían cada vez por cosas más triviales, y sabía que si le confesaba su dilema, sería el fin. No recordaba cuándo fue la última vez que su novia de cinco años le mostró cariño. Tal vez en su cumpleaños, hace dos meses.

Ella llegaba cansada del trabajo, abogada en un prestigioso bufete, mientras él apenas era un actor de teatro. Desde el principio sabía que no tenía mucho que ofrecerle, pero confiaba en que el amor bastaría. Trabajaba todos los días en el teatro y por las noches, servía en un bar. Cuando regresaba a casa en la madrugada, ella lo recriminaba y él se dormía en el sillón. Los fines de semana, ella lo invitaba a salir, pero él, agotado, se negaba. Estaba harto de esa rutina, pero creía que sería temporal, que pronto volverían a ser la pareja de antes, porque la amaba. La amaba tanto que soportaría esas etapas difíciles. Eso es el amor, terco hasta doler.

Tomó su celular y vio la foto de fondo, cuando comenzaron a salir. Ambos lucían felices, abrazados bajo la noche de Central Park. Se conocieron en un centro de ayuda. Linda había vivido una experiencia traumática durante la universidad, y aunque evitaban hablar del tema, sabía que eso la había marcado. Él estaba allí para recoger a su amigo Patrick todos los días. La veía salir y un día, se acercó. El resto es historia. Cómo desearía volver a esos momentos, cuando todo era mágico, pensó.

Desbloqueó el celular y llamó a su padre, quien le había prometido mantenerlo informado sobre el tratamiento de su hermana, Cielo.

―Padre.

―Hijo, ¿cómo estás?

― Muy bien, padre ―se detuvo en el semáforo en rojo―¿Cómo está Cielo?

―Ya salió del hospital, su tratamiento va muy bien ―su padre sonaba triste pero aliviado  ―Los médicos dicen que puede volver al instituto.

Theo tragó saliva y sintió un atisbo de tristeza. Siempre había deseado que su hermana tuviera una experiencia escolar normal.

―Me alegra mucho por ella, padre. Planeo llamarla más tarde para felicitarla ―respondió Theo.

―Necesito que ayudes a tu abuelo esta tarde, necesita ayuda en el garaje ―su padre continuó― Sabes lo terco que es, no podrá con la mitad de las cajas.

 ―Por supuesto, padre. Pasaré por allá más tarde.

―Cuídate, hijo.

―Igualmente.

Su padre colgó y Theo suspiró.

Tres horas después, ayudaba a su abuelo a clasificar las cosas que donaría y las que desecharía. Su abuelo siempre había conservado las pertenencias de su abuela, con un apego peculiar. Le resultaba extraño verlo deshacerse de ellas.

―¿Crees que esto le serviría a alguien? ―Su abuelo señaló un jarrón con su bastón―Yo creo que sí, mételo en esa caja, pero envuélvelo primero en papel para que no se rompa.

Así habían pasado una hora, preguntando si cada objeto serviría antes de ponerlo en la caja de donaciones. Ya llevaban siete cajas para donar y solo una para desechar.

Theo suspiró, la tarde sería larga.

Miró satisfecho el lugar y suspiró. Había terminado. Su abuelo estaba examinando una pequeña caja que habían encontrado recientemente.

 ―Te lo regalo—su abuelo le ofreció una cadena con un pequeño reloj― Era de tu abuela, nunca se la quitaba. Me gustaría quedármela, pero con el rumbo que lleva mi vida, no durará mucho conmigo.

Theo aceptó la cadena con gratitud. Era hermosa y sabía que a Linda le encantaría.

 ―Gracias, abuelo.

 ―De nada, hijo―su abuelo entró a la casa.

Mientras guardaba la cadena en el bolsillo, continuó organizando las cajas.

Al caer la noche, llegó a casa exhausto. Linda estaba en la cocina, en pijama, sentada a la mesa. Ni siquiera lo miró, solo le señaló el plato que había preparado a un lado de la mesa.

Él se sentó y comenzó a comer, rompiendo el incómodo silencio.

―¿Cómo te fue?―preguntó Theo, tratando de restablecer la conexión.

―Bien—respondió Linda secamente  ―Pero por lo visto, a ti te fue mejor.

Theo no entendía qué pasaba.

 ―Estuve ayudando a mi abuelo, lo siento ―Theo intentó explicarse, sin saber cómo volver a la normalidad.

 ―¿Aceptarás?

  Linda lo soltó de repente, mirándolo a los ojos, su expresión reflejaba tristeza e incertidumbre.

Theo sabía que no podía mentir, y sabía que Miranda ya se lo había mencionado.

 ―Aún no lo sé―respondió sinceramente.

Ambos asintieron y terminaron la cena. Luego, Theo se duchó y se acostó en la cama junto a Linda, que ya dormía. Se acercó a ella y le dio un beso en la frente.

Se quedó allí, abrazándola.

―No quiero que esto termine―dijo Linda en voz baja, lo suficiente para que Theo la escuchara.

Theo se quedó en silencio y, por un momento, sintió el reloj en su bolsillo. Pero decidió dejarlo allí. Ya no eran los mismos adolescentes que creían que el amor curaría todas las heridas. Habían pasado cinco años y las heridas aún no habían sanado. Se amaban, pero también dolía.

Entre suspiros del tiempo  ||ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora