Capítulo VI

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Max se despertó despacio, se estiró, buscó el reloj y dejó escapar un gemido de preocupación. Emilia.

Saltó de la cama, se puso una bata y corrió a la habitación adyacente. Sintió que se le paraba el corazón al ver la cama de Emilia perfectamente hecha y ni rastro de su hija. ¿Dónde...?

En ese momento, vio la nota que había encima de la almohada y corrió a leerla. Emilia esta abajo con Yuki. Sintió que el pánico dismiuía.

En diez minutos se duchó, se puso unos pantalones de vestir y una camisa informal, se puso unos zapatos y bajó al comedor. Emilia alborotaba alrededor del benevolente Yuki.

-Sergio dijo que no lo despertaramos-Dijo mientras echaba café a una taza, le ofrecia un enorme abanico de posibilidades para desayunar y torcía levemente el gesto al ver que Max sólo quería yogurt y fruta.

-Es media mañana-Dijo Max con una sonrisa-Mi reloj biológico necesita tiempo para ajustarse.
-Sergio ha dicho que podemos ir a un parque después de comer-Dijo Emilia mientras Max se sentaba en la mesa.
-¡Qué bien!-¿Qué otra cosa podía decir?

Cualquier posibilidad de que SErgio desapareciera todos los días en su despacho de la ciudad parecía descartada. Así que no iban a tener ninguna libertad. Podían olvidarse de ir a un parque temático como turistas normales. Nada de salir de compras sin pensarlo antes.

Estaban en Madrid. Allí él tenía relación con la familia Pérez, y eso suponia guardaespaldas en cuanto salieran de la seguridad de la casa.

Ya no le había gustado antes, y mucho menos en ese momento. Además, estaba Emilia, que no tenía idea de su auténtica identidad...aún. Una niña vulnerable que no había sido preparada para que siempre estuviera al tanto de posibles peligros, ni para que obedeciera ciegamente a las personas que se ocupaban de su seguridad, ni le habían enseñado las técnica más básicas de supervivencia.

Era una carga demasiado pesada para una niña tan pequeña, además de que las cosas no se aprendían deprisa.
Odiaba admitir tanto que Sergio había acertado al llevarlos a su casa. Podría aprovechar esas tres semanas como un curso de adiestramiento.

NO tenía sentido seguir lamentando que el destino hubiera hecho que Antoio y hubiera sabido de la existencia de Emilia. La vida estaba llena de coincidencias, algunas casi improbables...y tenía que asumirlo.

Max termino el desayuno y tendió una mano a su hija.
-¿Vamos a explorar?

Primero la casa, después la finca...con Oscar siempre a una distancia razonable ciando salieron fuera de la casa. El recinto estaba rodeado de muros, puertas electrónicas y sofisticados sistemas de seguridad.

Los dos recorrieron los senderos que atravesaban el inmaculado césped, los jardines de hermosas flores de brillantes colores.

-Es precioso-Dijo Emilia, señalando emocionada-Una piscina ¿Puedo bañarme?
-Cuando yo este contigo-Dijo con firmeza Max.
-¿O Sergio?

Max asintió con la cabeza y sufrio un ataque de preocupación maternal al pensar en la niña sin vigilancia cuando él no estuviera. Después se relajo un poco.

Durante los siguientes dos años, los viajes de Emilia estarían bastante restringidos...¿Pero como conseguiría aprender a dejarla marchar? Estaría atacado de nervios desde que su hija subiera al avión hasta que volviera a Australia.

-Es una casa muy grande-Afirmo Emilia visiblemente sorprendida por el lujo de las salas que atravesaban.
Max le enseño todo el primer piso y después subieron corriendo por las escaleras el segundo.

-Me gusta más nuestras zona-Dijo la niña agarrando la mano de su madre-Sobre todo mi cuarto.

Sergio se unió a ellos a la hora de comer y, por el atuendo informal que llevaba, era evidente que había estado trabajando desde el despacho de la casa. Unos vaqueros negros , camisa blanca desabrochada en el cuello y remangada hasta los codos....Parecía un ángel negro con el pelo más despeinado de lo normal, como si se lo hubiera peinado con los dedos, o se lo hubiera revuelto de exasperación. Y si era así ¿Por qué?

En la cama de su maridoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora