4. La oscuridad

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Concluidos los festejos de la boda, cuando los invitados pasados de copas se retiraban a dormir, la doncella del cuarto de la princesa Blancanieves descubrió que la niña no estaba en su cama. Se asustó al caer en la cuenta de que no había cumplido con su tarea de acostarla por estar distraída con los festejos. Recorrió lo que quedaba de la recepción, buscando a los niños para preguntarle. Los pequeños nobles del castillo dormían sobre sillas y mesas y sus institutrices intentaban despertarlos, mientras maldecían en todos los idiomas por la borrachera que tenían y el problema que implicaba con sus padres si el asunto se volvía público. La camarista de Su Alteza los interrogó en vano, ya que los niños apenas podían abrir los ojos y balbucear unas palabras. Ninguno dio pistas del paradero de Blancanieves.

La camarista empezó a entrar en pánico, la niña podía estar en cualquier lado, incluso podía encontrarse ebria como sus amigos. ¿Y si la princesa corría peligro, con tantos invitados internacionales y desconocidos? Aun si solo se trataba de una travesura para no ir a dormir, el error de la mujer le costaría la vida.

Luego de buscar por doquier y preguntar a los que aún tenían un poco de consciencia, decidió recurrir a los guardias como última alternativa. Estos ya habían hecho el cambio de turno, por lo que solo podían prometer que retendrían a la niña si la veían y le recomendaron (por su bien) que acudiera a lord Boris, ya que él trataría el caso con discreción y quizás nada de esto llegaría a oídos del rey.

Sin embargo, al salir el sol, y viendo que la niña no se encontraba en el castillo, lord Boris decidió informar al rey, temiendo que la desaparición fuera una afrenta de los enemigos del reino. Ferdinand, sin esperar a ponerse decente, ordenó la búsqueda de su hija por dentro y fuera del palacio, sin importarle si debían incomodar a sus invitados en sus aposentos. Los guardias se pusieron a la tarea; el ejército peinó los alrededores; los reyes extranjeros accedieron a ser interrogados con cierta reticencia, mientras que los sirvientes propios y ajenos eran interrogados como potenciales secuestradores. Ningún rincón quedó sin registrar, pues la ausencia de la princesa era un asunto de Estado.

Ya era mediodía y Blanca no aparecía, lo que tenía al rey trastornado. Una y otra vez se repetía que le había fallado a su querida Bellatrix. Fue entonces cuando Roxelana decidió involucrarse, a pesar de la recomendación de su esposo de guardar reposo hasta tener noticias. Sus métodos podrían ser tenidos por extraños, por lo que rogó a su nuevo esposo no asustarse y dejarla actuar a su voluntad.

—El Santo patrono de mi familia, San Draven, puede hallar a las almas perdidas —explicó la reina consorte—. Si dejas en mis manos el asunto, me encargaré de los responsables y encontraré a la princesa. Sin embargo, no debes preguntarme por el proceso, bajo ninguna circunstancia.

Ferdinand recordó que la difunta reina también era devota de este santo y que llevaba siempre consigo un crucifijo cubierto por plumas negras, por lo que confió en su nueva esposa. Agotado por llorar la desaparición de su única heredera, puso a disposición de Roxelana a su más fiel consejero y a su guardia personal.

Blancanieves, la Princesa Maldita (ONC 2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora